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Por mucho que se diga en contrario, son los gobiernos los que hacen á los pueblos, y es por eso que la responsabilidad de los primeros es infinitamente mayor que la de los segundos. La selva era inmensa y su hermosura solo comparable con la poesía de su soledad.

Al verlos parecía que para aquellos pavimentos y muebles era indispensable una gran dama en quien fuese aún mayor la distinción que la hermosura; que pisase con menudos pies, como ligera sombra, las aterciopeladas alfombras y se recostase en los divanes casi sin que los flexibles muelles cediesen al suave peso de su cuerpo.

Si los hijos de aquella señora eran idiotas, raquíticos y feos como demonios, en cambio su hermana Milagros había dado al mundo cuatro ángeles marcados desde su edad tierna con el sello de la hermosura, la gracia y la discreción.

Tal vez mejor que muchos, pues es sencillo, todo de una pieza, sin engaños ni hipocresías. Un hombre: lo has dicho. Soy un hombre como los demás. Los que llegamos a cierta altura somos como los santos que están en las fachadas de las iglesias. De abajo, causan admiración por su hermosura; vistos de cerca, producen horror por la fealdad de la piedra roída por el tiempo.

Pobre, huérfana de un hidalgo lugareño arruinado, y cuñada de un triste empleadillo en Hacienda, que casi me mantiene, mi orgullo se rebelaba contra la idea de conquistar dinero, nombre preclaro y consideración en el mundo, negociando con mi hermosura, por más que el matrimonio viniese como a santificar luego mis cálculos, ruines.

Acometióla luego el bonzo mas eloqüente, y despues el mas intrépido: al primero le trató de parlanchin, y no pudo entender qual fuese el mérito del segundo. Todo se cifra en el corazon, dixo: yo no he de ceder ni al oro de un jorobado, ni á la hermosura de un page, ni á las artes de un bonzo; ni he de querer á nadie mas que á Nabuzan; hijo de Nuzanab, esperando á que él me corresponda.

Las beatas que servían de cuestores de palacio en el del Gran Constantino, las del cónclave, como las llamaba Ripamilán, esperaban con ansiedad mística y con una curiosidad maligna a la nueva compañera, que tanto prestigio traería con su juventud y su hermosura a la piadosa y complicada empresa de salvar el mundo en Jesús y por Jesús; pues nada menos que esto se proponían aquellas devotas de armas tomar, militantes como coraceros.

Entre tanto, Ana pensaba que tal vez no había entre aquella muchedumbre que admiraba su hermosura otro más digno de poseerla que aquel don Víctor, a pesar de sus cuarenta y pico, pico misterioso.

Cristeta no era hipócrita ni desdeñosa del amor, ni de las que, por lo ariscas, hacen antipática la virtud; pero instintivamente consideraba su hermosura como complemento de su corazón: quien no poseyese éste, no disfrutaría de aquélla. Se reconocía hermosa, y no concebía que pudiera tasarse su belleza.

Gabriel, que conocía su hermosura interior, pensaba en las viviendas engañosas de los pueblos orientales, sórdidas y miserables por fuera, cubiertas de alabastros y filigranas por dentro. No en balde habían vivido en Toledo, durante siglos, judíos y moros.