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¡Oh, qué días más hermosos los vividos en el cuerpo de guardia; los naipes que ensucian los dedos y se pegan como pez, la sota de espadas horrible con adornos a pluma, el incompleto tomo de una vieja novela de Pigault-Lebrun arrojado encima de la cama de campaña!... ¡Rataplán! ¡Rataplán!...

Durante la misa que esta mañana he oído en la capilla del establecimiento, sólo veía los hermosos cabellos rubios de mi hijo en medio de aquella multitud de cabecitas puras como las de un ángel. ¡Qué sensible es, Dios mío, haber de abandonar a manos mercenarias el tierno pimpollo de nuestro corazón! Al salir de la iglesia he experimentado una profunda melancolía.

Muy hermosos, en verdad, sobrina respondió la señora Osgood, acentuando ligeramente el tono ceremonioso que usaba de ordinario. Siempre había considerado a su sobrina Priscila como demasiado ordinaria. Me veo obligada a usar el mismo traje que Nancy, aunque tengo cinco años más que ella, y eso me hace parecer amarilla.

Tuve un momento de alegría contestando «» a mi compañero de soledad. Era un muchacho de mi edad poco más o menos, pero de complexión débil, rubio, delgado, con hermosos ojos azules de dulce mirar, la tez pálida y delicada, como suelen tenerla los niños criados en las ciudades.

Las costumbres son generalmente libres; las pasiones violentas, sobre todo en Málaga y Valencia; la franqueza es genial. La mujer carece en lo general de timidez. La vanidad no es rara en todas las clases. Las fisonomías son severas y frias, pero sin aspereza, y sus líneas muy pronunciadas. Allí los tipos hermosos no tienen seduccion sino majestad.

Después, dando una cabriola sobre el obstáculo de diez años, se contempló entre varios niños hermosos, bien vestidos y de una gracia conmovedora, iguales á los que se muestran en los escenarios de los teatros y en el lienzo luminoso de los cinemas.

¡Vea usted, vea usted! decía sollozando , vea esos hermosos ojos que le sonreían tan tiernamente, esa linda boca que le ha besado tantas veces, esos cabellos tan negros que usted desataba con sus propias manos... ¿Se acuerda de la primera vez que fue usted a la calle del Circo?

En cuanto a la madre era una esposa y una madre en la más elevada acepción de las dos palabras: ni matrona, ni jovenzuela; de pocos años, pero con una madurez y una dignidad perfectas apoyadas en el sentimiento bien comprendido de su doble papel; hermosos ojos en un rostro indeciso; mucha dulzura en su gesto mezclada con cierta expresión sombría, debida acaso al constante aislamiento; porte gentil y maneras elegantes.

Por todo este conjunto desentonado y angustioso, habían trocado Simón y Juana su pintada casita de aldea, sus hermosos horizontes y sus floridos linderos, cuatro años antes del momento en que el lector y yo entramos en la villa de que se trata. Corría el mes de mayo a la sazón, y el follaje, los pájaros, las flores y el céfiro que los columpiaba, llenaban toda la campiña.

La cara redondita y pálida, la nariz algo corta, pero con unos ojos hermosos, cobijados por las grandes cejas, que, pobladas de sobra, tendían a juntarse, formando una sola línea.