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Tal vez más adelante, ¡pero ahora!... Ahora quiero ser tu compañero, tu hermano, lo que quieras que sea, pero al lado tuyo. ¿Por qué huyes de ? ¿por qué me cierras tu puerta como á un extraño?... Continuó desordenadamente sus quejas, sus protestas, sus rencores, por aquel alejamiento inexplicable.

O también, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos estaremos delante del tribunal del Cristo. 11 Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que a se doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. 12 De manera que, cada uno de nosotros dará a Dios razón de .

La tía María hilaba y el hermano Gabriel estaba haciendo espuertas con hojas secas de palmito .

-Está bien -dijo Sancho-, y haced cuenta, hermano, que ya la habéis pintado de los pies a la cabeza. ¿Qué es lo que queréis ahora? Y venid al punto sin rodeos ni callejuelas, ni retazos ni añadiduras.

¡Parece mentira que se atreva Vd. a hablar así trayendo el mensaje que acabo de oír! ¡Y aún tienen ustedes valor para acusarme! Este es el fruto que han dado el infame ateismo de mi hermano y la punible tolerancia de mi padre. Vea Vd. cuán fundados eran mis temores. Ni siquiera ha tenido valor para venir él mismo.

Pero sus protestas se estrellaron ante la firmeza del hermano. Ella podía mandar en sus afectos, pero por encima estaba el honor de su casa.

Y la toalla ¡mira cómo la han dejado!... Y exhibió a los circunstantes con una mano la toalla donde estaban señalados como carbón los dedazos asquerosos de su primo y hermano, y con la otra la jofaina, conteniendo un licor negro y espeso, que al moverse la dejaba teñida. ¿Pero quién ha hecho eso? preguntó doña Martina. Enrique y Miguel.

El simpático y calumniado mono sólo tenía la importancia de un primo hermano que no ha hecho carrera, de un pariente desgraciado y ridículo al que se deja en la puerta fingiendo ignorar su apellido de familia, negándole el saludo.

Nela, pareces una almeja. ¿Qué quieres? Toma, toma esta peseta que me dio esta noche un caballero, hermano de D. Carlos.... ¿Cuánto has juntado ya?... Este que es regalo. Nunca te había dado más que cuartos.

Juan no podía persuadirse de ello, y le buscaba un millón de disculpas: unas veces achacaba la falta al correo; otras se le figuraba que su hermano no quería escribir hasta que pudiera mandar mucho dinero; otras pensaba que iba a darles una sorpresa el mejor día presentándose cargado de millones en el modesto entresuelo que habitaban: pero ninguna de estas imaginaciones se atrevía a comunicar a su padre: únicamente cuando éste, exasperado, lanzaba algún amargo apóstrofe contra el hijo ausente, se atrevía a decirle: «No se desespere V., padre; Santiago es bueno; me da el corazón que ha de escribir uno de estos días