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Antes de anoche... madre mía... herí malamente á don Rodrigo Calderón. ¡! Y me ayudó don Francisco. ¡Cómo! ¡dos hombres contra uno! No; no, señora; dos contra dos. ¡Ah! No podía ser de otro modo... la verdad del caso es que don Francisco y yo estamos amenazados. ¡Amenazado ! Sabe Dios de qué, porque sabe Dios si morirá don Rodrigo. Pero, ¿por qué le heriste? Por miserable. ¡Por miserable!

Terrible, terrible fue su suerte: ¡ay! ¡y no hubo quien la vengara! , Córdoba, te anonadaste y no hiciste mas que verter un llanto inútil. ¿Cómo no te alzaste y heriste la frente del malvado? ¿cómo no hallaste en medio de tu furor armas con que reducir á polvo á los impíos que abrieron con mano airada tu palpitante seno?

25 Sea su palacio asolado; en sus tiendas no haya morador. 26 Porque persiguieron al que heriste; y se jactan que les matas sus enemigos. 27 Pon maldad sobre su maldad, y no entren en tu justicia. 28 Sean raídos del libro de los vivientes, y no sean escritos con los justos. 29 Y yo pobre y dolorido, tu salud, oh Dios, me defenderá.

La sangre se lava con sangre. Me heriste con la mano, yo te heriré con el sable. Tu rostro mutilado hará reír a las mujeres hermosas: Schelosser y Mercier, Thibert y Savile, te volverán la espalda con desprecio. Perderás para siempre el perfume de las rosas de Izmir. ¡Que Mahoma me fuerzas, que el valor no tengo que pedírselo a nadie! ¡Hurra! ¡que armado estoy para el combate!