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Aquí es una disposicion general de los ánimos y de las costumbres no herir la propiedad, en cuanto esta propiedad está garantida por una proclamacion formal de la ley.

Cristeta, sorprendida, le dejó concluir. Ignoraba las insidiosas frases pronunciadas por su tío el día del almuerzo para herir a don Juan, y no esperaba semejante ataque.

Era evidente que él opinaba que existía una razón secreta para introducir en la casa de Mabel a este desconocido, razón sólo conocida por Burton Blair y este individuo. Me pareció extraño que Mabel no me lo hubiera dicho, pero quizá habría vacilado al manifestarle yo la promesa que le habría hecho a su padre, y en vista de eso, no se habría animado a herir mis sentimientos.

Para la mujer, ceder es conseguir siempre que el marido sea tierno, delicado y comprensivo. Jamás la mujer y esto es importantísimo debe herir al marido en aquello en que cifra su amor propio. Téngase en cuenta que el amor propio es más fuerte que el amor; como que muchas veces se ama por amor propio, más aun que por amor a la persona amada.

»No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacó la daga y quiso herir a Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataría. Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo: »-No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia de las que puedes imaginar. »-Dilas luego -dijo Anselmo-; si no, muerta eres.

Iba cargada de joyas, con la suntuosidad de una aristocracia recién creada que se consume en medio de su lujo, falta de fiestas para lucirlo y siente el ansia de adornarse para pregonar su riqueza y herir la envidia ajena.

49 y comenzare a herir a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, 51 y le cortará por medio, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes. 1 Entonces el Reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. 2 Y cinco de ellas eran prudentes, y cinco fatuas.

Sacó de su bolsillo el reloj y lo deslizó prestamente en las manos del muchacho, quien, confuso por tan inesperado presente, permanecía aturdido y no sabía qué decir; en sus ojos azules y grandemente abiertos se leía a la vez su inquietud, su enternecimiento y también el temor de herir el amor propio de ese hombre extraño que acababa de darle tan reales pruebas del más profundo afecto: «Es un original pensaba Simón, pero tiene todo el aspecto de un hombre honrado... No hay que darle pena rechazando lo que de tan buena gana ofrece...»

Sus chistes no tendían a herir a las personas, sino a alegrar el concurso y obligarle a admirar lo fácil, lo vivo y lo sutil de su ingenio. Todo lo más que se autorizaba era apoderarse de las ridiculeces de algún amigo ausente y formar sobre ellas una frase graciosa; pero nunca o casi nunca a costa de la honra. Estas cualidades le habían hecho el ídolo de las tertulias.

Entonces, usando de todos los miramientos, vacilaciones y rodeos, tímidos unas veces, enérgicos otras, propios del hombre encargado de dar una noticia inesperada y triste que ha de herir el corazón, me dijo, recibiéndome en sus brazos: «¡Ya no tienes madreMe pareció que el suelo se hundía bajo mis pies, que mi existencia vacilaba por encontrarse sin base; mi alma elevose rápidamente al cielo como queriendo buscar la de aquélla que fue vida de mi vida aquí en la tierra. ¡Jamás hubiera creído que pudiese vivir sin ella un solo día!