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Si dirigíamos los ojos hácia la izquierda, también por esta parte continuaba el recinto de las murallas hasta llegar á la Puerta de Triana, enfrente de la cual, y á la otra margen del rio, veíase la mole del castillo de San Jorge, asiento del Tribunal establecido contra la herética pravedad en los reinos de España, cuyos torreones semejaban negros gigantes mirando amenazadores hacia el arrabal y la ciudad, al par que reflejaban sus sombrios contornos en las ondas del caudaloso rio.

Y yendo más lejos aún, en esta suposición, que desechaba al punto por herética, y de la que nunca dejaba de retractarse, fantaseaba que, así como hay diablos en el infierno, también debía de haberlos en el purgatorio, para cuidar de las ánimas benditas y para atormentarlas, no por mero y cruel castigo, sino a fin de que quedasen limpias de toda mácula y capaces ya de perdurable vida.

Y quien más la propagó e ilustró luego fue el admirable poeta y filósofo Chelaledín Rumí, autor del poema Mesnewi. Así se fundó una secta herética muy dada al sibaritismo y una a modo de orden religiosa de derviches, inclinadísimos a todo linaje de diversiones, músicas y danzas.

Emereciana Josefa Piro, mujer de Pedro Descalz, Albañil de oficio, natural de la villa de Alacuaz, en el Reino de Valencia, residente en esta Ciudad, de edad de cincuenta años, presa por sortílega, herética, curandera, supersticiosa, descubridora de tesoros y embustera.

Bien puede sin vanidad ni soberbia exclamar el Padre Rivadeneyra que al mismo tiempo que Martín Lutero «quitaba la obediencia á la Iglesia Romana y hacía gente para combatirla con todas sus fuerzas, levantaba Dios á este santo capitán para que allegase soldados por todo el mundo y resistiese con obras y con palabras á la herética doctrina

De la casa... de Inglaterra contestó Pablo, algo confuso. Fray Anselmo se puso de pie, como si se le apareciera el demonio... ¿De la herética casa de Enrique VIII y de Isabel? , padre. Pero la princesa se ha convertido... se ha convertido previamente, según los cánones... Se ha convertido. ¡... si!... ¿Pero se la ha exorcizado? ...En su religión protestante llamábase Ena de Battenberg.

Por virtud de la dicha facultad á Nos concedida, i aceptándola, usando de ella elegimos é nombramos é diputamos por inquisidores de la dicha infidelidad, y apostasía y herética pravedad á los venerables devotos Padres frai Miguel de Morillo, maestro en Santa Teología, i frai Juan de San Martin, bachiller presentado en Santa Teología, Prior del monasterio de San Pablo de la ciudad de Sevilla de la órden de predicadores &c.»

Brinda la suerte á un personaje, escoge un sitio, tantea su arma, recoge su lujosa capa carmesí, arroja al viento su cachucha, se aprieta el moño postizo y aguarda con serenidad á que la fiera, conducida con maña por los cortesanos, venga á aceptar el combate mortal.... El lujo brillante y la singularidad de su vestido, la altivez de su andar y la terrible especialidad de sus funciones, las mas peligrosas, hacen del Espada, á los ojos de los Españoles, un héroe, un semidios de la muerte, una especie de artista sanguinario, si se me permite la violencia herética de la expresion!... Todas las miradas le contemplan, le devoran y le siguen sus movimientos con agitacion febril.

Comídose había con los ojos a doña Guiomar, mientras dijo las anteriores palabras, el señor Ginés de Sepúlveda, y comiéndosela aún, y atragantado por el hechizo de tantas y tan no vistas bellezas como en doña Guiomar se atesoraban, dijo con la voz temblorosa y desfallecida y espantado de mismo: Deber es del Santo Oficio de la General Inquisición, contra la herética pravedad, extremar su celo, y tanto más en los calamitosos tiempos en que las naciones más poderosas del mundo amparan la herejía, engañados y perdidos sus monarcas por Satanás; que la Alemania y la Inglaterra hierven en herejes, y aquí nos vemos obligados a hacer cada auto de fe que espanta, y sin que este saludable rigor sea bastante para purgarnos de la maldita simiente; así es que, señora, como esta casa que vos habéis comprado y habitáis tenía duende...

Frígilis era apóstol ferviente del transformismo; le parecía absurdo y hasta ridículo hacer ascos al abolengo animal.... Don Pompeyo, aunque se sentía seducido por aquella teoría que dejaba un subido y delicioso olor a herética y atea, no se decidía a creerse descendiente de cien orangutanes; sonreía como si le hiciesen cosquillas... pero no se determinaba a decir ni a decir no.