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»Quizá no me crea usted, Antoñita, pero le aseguro por mi honor que acordándome de la promesa que yo había hecho al doctor, quise en un principio renunciar a aquella hora de dicha con que Magdalena me brindaba y por la cual habría dado gustoso en cualquiera otra ocasión un año de mi vida.

Esto ocurrió á principios de Septiembre, días antes de la batalla del Marne, cuando la invasión alemana se extendía por Francia, llegando hasta las cercanías de París. El alumbrado empezaba á ser escaso, por miedo á los «taubes», que habían hecho sus primeras apariciones.

»Digo esto, señor, porque se dice públicamente de vos que vivís como gentil y gobernáis como tirano, y que si hobiérades hecho la centena parte de lo que habéis dicho, pudiéramos caminar de aquí á Constantinopla sin topar con enemigos.

Pero es preciso que recuerde siempre esta rima: Henry the Eighth was a knave to his queens, He'd one short of seven and nine or ten scenes! y que sepa ocultar muy bien el secreto a todos los hombres, exactamente como yo lo he hechoEra todo. ¡Una cláusula extraña, ciertamente! ¡Burton Blair, después de todo, me había legado su secreto; el secreto que le había dado su colosal fortuna!

Sólo los hombres holgazanes y vanidosos que quieren mantener las tradiciones de sus antepasados para distraer su ociosidad, han hecho de la caza la principal ocupación de su vida.

Usted solamente conoce a su sobrino... porque del hijo de doña Lucrecia se trata, ¿no es verdad?... Corriente: usted no conoce a ese sobrino más que por el retrato, por sus cartas y por los elogios que de él le habrá hecho su madre; y todo esto es muy poco. ¡Poco?

Dimmesdale acaso se habría dado más perfecta cuenta del carácter de este individuo, si cierto sentimiento mórbido, á que están expuestas las almas enfermas, no le hubiera hecho concebir sospechas de todo el género humano. No confiando en la amistad de hombre alguno, no pudo reconocer á un enemigo cuando éste realmente se presentó.

Pensó con alegría que lo que su novia ejecutaba, después de todo, nada tenía de censurable; que su piedad y su misticismo eran el reflejo de un noble y elevado espíritu; que esta misma piedad era la prenda más segura de su felicidad conyugal, pues la guardaría de las vanidades a que otras mujeres se entregan después de casadas; que nada tenía de particular que la pobrecita desease que su novio fuese creyente y devoto, dadas sus ideas acerca de la salvación eterna, y que en este concepto él había hecho muy mal en contrariarla de un modo tan obstinado, hiriéndola en lo más vivo de su fe sencilla y admirable.

La mamá manifestó que aquella prueba de severidad era para ella tan dura, que temía no poder resistirla; pero como aquel bendito señor, que tanto sabía del mundo, creía que debía darla, se conformaba con mucho dolor de su corazón, porque «los hijos..., ¡ah los hijos! ¡Ya sabrá usté cómo se los quiereMe comprometí también a no pedir cuenta de su administración a la señora, a cobrar las rentas de tres casas que su difunto marido tenía en Córdoba y a dejar la fábrica en poder de don Oscar, que la había hecho prosperar extremadamente.

Sufrimos por nuestras propias faltas. ¿Qué hemos hecho al otro lado del Rin desde hace diez años? ¿Con qué derecho queremos imponer señores a esos pueblos? ¿Por qué no cambiamos con ellos nuestras ideas, nuestros sentimientos, los productos de nuestras artes y de nuestra industria? ¿Por qué no los tratamos como hermanos en lugar de querer someterlos?