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A las veces sólo quiero acordarme de Ramiro, y me siento como hechizada. ¡Ah, y qué celos me asaltan! Tengo celos no de quién, celos rabiosos de todos los estrados, de todas las celosías e aun de la fontana de la plazuela con sus mozas de cántaro. ¿No echaría sobre mis ropas o mis cabellos algún polvo de brujas el día aquel de las polillas?

Todo lo dejo yo respondió María por venir a ver esa cara tuya, que me tiene hechizada, y esas orejas que te envidia Golondrina. Oyes, ¿sabes por qué tenéis vosotros las orejas tan largas? Cuando padre Adán se halló en el paraíso con tanto animal, les dio a cada cual su nombre; a los de tu especie los nombró borricos.

Fernando buscó un taburete para sentarse a los pies de la niña, y como si cediera a un impulso contenido y frenético, con una embriaguez de palabras ardorosas, la habló de amarla mucho y amarla siempre. Ella aturdida, hechizada, se dejó inflamar en aquel fuego divino que ya había prendido en su corazón, y respondió a la querella amorosa con una encantadora reciprocidad de promesas.

A aquella hora la iglesia estaba casi siempre como hechizada de quietud y de silencio. El solo rumor de un escaño que removía el sacristán, provocaba un eco prolongado y enorme. Una sombra terrosa y centenaria dormía al pie de los altares, entre las columnas, sobre las lápidas.

iQue dulce melodia es el sonido natural de la zampona campestre! porque, en estos parages, la vida patriarcal no es ciertamente una fabula de la edad de oro; el aire de la libertad no resuena aqui sino en las armonias de la flauta pastoral, y en el ruido sonoro de los cencerros del ganado que retoza en las colinas. iMi alma esta hechizada con semejantes ecos!... iQue no sea yo el invisible espiritu de un sonido melodioso, de una voz viva, de una armonia animada, qne nace y muere con el soplo que la produce!

Hechizada quedó Poldy al contemplar los mencionados retratos. Se prendó de la hermosura y distinción de su remoto amigo. Y no pudo menos de confirmarse en la creencia de que era un príncipe indio mediatizado, un nababo, o por lo menos un brahman o un chatria de primer orden y de mucho fuste.

El arte y el ingenio con que el Barón iba insinuando en mi alma estas lisonjas me tenían cada vez más hechizada. El Barón me comprende bien, pensaba yo, y cuando tan bien me comprende señal es, y prueba es clarísima, de la elevación y de la agudeza de su entendimiento. Así infundió el Barón en mi pecho la amistad más acendrada hacia él.