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¿Que no son bonitos, lucero? Anda, y eso delante de testigos y te llevarán á la cárcel. Déjame besarlos, salero, ya que sin razón les has faltado...

De Pas notó el cambio. ¿Me haces el favor de leer lo que dicen estas letras borradas?... yo no veo bien. De Pas se acercó y leyó. ¡Chico apestas!... ¿qué has bebido? Don Fermín irguió la cabeza y miró al Obispo sorprendido y ceñudo. ¿Que apesto? ¿por qué? A bebida hueles... no a qué... a ron... qué yo. De Pas encogió los hombros dando a entender que la observación era impertinente y baladí.

Y has de saber más: que el buen caballero andante, aunque vea diez gigantes que con las cabezas no sólo tocan, sino pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno de vidrio, no le han de espantar en manera alguna; antes con gentil continente y con intrépido corazón los ha de acometer y embestir, y, si fuere posible, vencerlos y desbaratarlos en un pequeño instante, aunque viniesen armados de unas conchas de un cierto pescado que dicen que son más duras que si fuesen de diamantes, y en lugar de espadas trujesen cuchillos tajantes de damasquino acero, o porras ferradas con puntas asimismo de acero, como yo las he visto más de dos veces.

Yo me quedé... Nada: todo se le volvía pisotear la tela y dar con el pie a los figurines, diciendo: ¡Brrr...!, qué yo. Que la pobre Milagros le ha arruinado con sus pingajos. ¿Has visto qué borricadas?

Al oírla, creyéndola en todo verdadera, el padre interpeló a Ramón con la ira de la desesperación: ¿Cómo has podido hacer eso, miserable?

¿Pero acaso no trabaja de la mañana a la noche en cuidar la casa de Roberto? ¿Se pasa un solo día sin que vaya a la granja? ¡No seas tan injusta con ella, Enriqueta! Ella le lanzó una mirada de compasión: Si no fueras tan niño, como lo has sido siempre, Adalberto, se podría conversar contigo.

Hacía allí un calor insufrible. Pepe Castro aprovechó la confusión de la salida para preguntar a Clementina: ¿Cómo no has ido esta mañana? Clementina detuvo el paso, le miró con sonrisa protectora. ¿Esta mañana?... No . ¿Cómo no sabes? dijo frunciendo su augusta frente el real mozo. No ; no y dió un paso para alejarse sin dejar de sonreír con leve matiz de burla. ¿Y mañana irás?

¡Silvestre! ¡Silvestre! gritó al hallarse en la sala. ¿Qué demonios te ocurre, hombre? contestó á poco rato el mayorazgo, apareciendo en escena con el candil en la mano. ¿Qué ruido es el que he sentido sobre mi cuarto? ¿Á que te has asustado?... ¡Ja, ja, ja, jaaaa! ¡Pues el lance es para reir! Y ya se ve que .

Por fin te encontré me dijo otra máscara esbelta, asiéndome del brazo, y con su voz tierna y agitada por la esperanza satisfecha. ¿Hace mucho que me buscabas? No por cierto, porque no esperaba encontrarte. ¡Ay! ¡Cuánto me has hecho pasar desde anoche!

Y , espíritu noble, alma grandiosa, corazon magnánimo que has vivido para un solo pensamiento y has sacrificado tu vida sin contar con la gratitud ni la admiracion de nadie, ¡ten paciencia, ten paciencia! Los medios de que me valgo no serán tal vez los tuyos, pero son los más breves... El día se acerca y cuando brille iré yo mismo á anunciároslo á vosotros. ¡Tened paciencia!