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Volvedle las ligas; si no, yo os desafío a mortal batalla, sin tener temor que malandrines encantadores me vuelvan ni muden el rostro, como han hecho en el de Tosilos mi lacayo, el que entró con vos en batalla.

Hoy están en completo abandono el teatro, el salon de música y otros locales que estaban destinados al placer. El inmenso palacio está desierto, y apénas se encuentra en él una pequeña fábrica de sombreros de paja. Los pájaros negros han hecho su nido en otra parte: acaso en otro extremo del mundo. ¡Extraña asociacion que no sabe suscitar sino la admiracion fanática ó el odio!

En cambio, las manos de esta Pepita, que parecen casi diáfanas como el alabastro, si bien con leves tintas rosadas, donde cree uno ver circular la sangre pura y sutil, que da a sus venas un ligero viso azul; estas manos, digo, de dedos afilados y de sin par corrección de dibujo, parecen el símbolo del imperio mágico, del dominio misterioso que tiene y ejerce el espíritu humano, sin fuerza material, sobre todas las cosas visibles que han sido inmediatamente creadas por Dios y que por medio del hombre Dios completa y mejora.

Avanzan como los vientos las navecillas ligeras, y presto en Máctan embisten de la playa las arenas: Hernando de Magallanes dictó consigna severa y desembarcan los bravos de sombras con apariencias; porque tal es el silencio, que no se mueve una lengua ni para alzar sus ruidos tienen las armas licencia, y de los mismos esquifes enmudecen las maderas y hasta las olas acallan el rumor de la marea; que las órdenes de Hernando no quieren desobediencias...! Es todo inutil; al punto se oyen las voces aquellas agudas, desapacibles, que repetidas se alejan lo mismo que las del eco volando de sierra en sierra, con las que anuncian los indios, habiendo ocurrido apenas la cautelosa llegada de la falange extranjera; mostrando con sus aullidos y con vivir tan alerta, que nunca abrigaron duda, antes tuvieron certeza de que los de España irían a castigar la insolencia del altanero cacique; sin afligirles más pena que no poder de los tiempos quebrantar la ley suprema, acelerando las horas, para sus ansias tan lentas! que han de aguardar impacientes antes de lavar su afrenta.

Hoy todo está casi en ruinas, con excepcion del palacio de verano y la gran mezquita; hay muchos espacios vacíos, los torreones se han derrumbado, los jardines interiores están en esqueleto, y en las calles de esa pequeña ciudad cortesana encerrada entre fortalezas, muchas casas están desiertas y otras no son habitadas sino por familias miserables y mendicantes.

No obstante, aunque estas ceremonias son probablemente muy antiguas, será muy difícil probar que sean anteriores á los dramas religiosos, que han llegado hasta nosotros. Estos alcanzan, en parte, hasta la época de los carlovingios.

-Paréceme, señor mío, que todas estas desventuras que estos días nos han sucedido, sin duda alguna han sido pena del pecado cometido por vuestra merced contra la orden de su caballería, no habiendo cumplido el juramento que hizo de no comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo aquello que a esto se sigue y vuestra merced juró de cumplir, hasta quitar aquel almete de Malandrino, o como se llama el moro, que no me acuerdo bien.

Por otra parte, ¡cuántas veces no han agravado la enfermedad las evacuaciones provocadas!

Han pretendido allanar la casa de Álava; han intentado asesinarle, á juzgar por la actitud de las turbas que allí se reunieron. Pero avisado oportunamente por un joven que estaba en el secreto de la conspiración, dió parte y se colocaron algunas fuerzas dentro de la casa, pudiendo evitar un horrible crimen. ¿Y dónde ha sido eso? En la plazuela de Afligidos.

Yendo así por las desiertas calles, desiertas a causa de lo temprano de la hora, en que los rondadores han dejado ya la reja o la esquina, donde su amor han libado, o donde el rigor de su mala ventura han sufrido; cuando aún el perezoso sueño en el lecho retiene sabrosamente a todo el mondo antes de la tarea cotidiana, de repente le sorprendieron unos tristes ayes que al doblar una calleja le alcanzaron, y mirando al lugar de donde aquellos venían, vio que hacia él delantaban cuatro hermanos de la cofradía de la Paz y Caridad, que sobre sus hombros, en un medio ataúd, llevaban el cuerpo difunto de una mujer, que para sus desposorios con la muerte había sido vestida con el humilde hábito de San Francisco, y detrás venía, abatida la cabeza, mal cubierta con un manto de usada sarga y humildemente vestida, una mujer, que era la que los inarticulados ayes daba.