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Hasta él llegaba el rumor de la concurrencia, mayor que otros días, con motivo de su llegada. ¿Qué iba a hacer allí? Hablar de los asuntos del distrito, de la cosecha de la naranja o de las riñas de gallos, describirles cómo era el jefe del gobierno y el carácter de cada ministro.

A Fortunata se le humedecieron los ojos, porque era muy accesible a la emoción, y siempre que se le hablaba con solemnidad y con un sentido generoso, se conmovía aunque no entendiera bien ciertos conceptos. La enternecían el tono, el estilo y la expresión de los ojos. Creyó entonces caso de conciencia hacer una observación a su amigo.

Quería que fuese su hijo, un hijo inventado por su dolor, al que dedicaría todo lo que era imposible hacer por el otro salido de sus entrañas. También calló ahora Miguel, comprendiendo la inutilidad de su insistencia. Conocía el carácter de Alicia.

El fuego pasó adelante sin hacer el menor daño en la casa donde se habían recogido, y ellos lo tuvieron induvitablemente por milagro, porque la dicha casa estaba en el centro del lugar y todas las otras se redujeron á ceniza. Ni paró aquí el prodigio, porque acercándose el fuego á la segunda Ranchería puso á sus moradores en gran espanto; mas los cristianos echaron luego mano del remedio.

Si no, lo echas todo a rodar, y no hay vida posible. A ti te asusta el hacer vida común con tu marido porque no le quieres... Ni tanto así; no le quiero, ni es posible que le quiera nunca, nunca, nunca. Corriente. Pues todo se arreglará, hija, todo se arreglará... No te apures ni pongas esa cara tan afligida. Hablaremos despacio.

Aquí están las toallas.... Señoras, la operación que voy á practicar no es nada peligrosa, pero penosa hasta más no poder.... Agradecería á ustedes mucho que por algunos minutos me dejasen solo con el herido y mis ayudantes. Pero ¿qué va usted á hacer?

Ahora, si se casa conmigo me hará buena vida; ¡eso !, me dejará hacer lo que me la gana, me tocará su flauta cuando se lo pida, y me comprará lo que quiera y se me antoje. Si fuera su mujer, tendría un pañolón de espumilla, como Quela, la hija de tío Juan López, y una mantilla de blonda de Almagro, como la alcaldesa. ¡Lo que rabiarían de envidia!

Su constante esperanza, que viene á ser una especie de alucinación que, á despecho de todo lo que sea desalentador, y sin hacer alto en imposibilidades le persigue mientras viva, consiste en que al fin y al cabo, y en no lejano tiempo, merced á una reunión de circunstancias felices, será restablecido en su empleo.

Quiso el Señor perseguirla y alcanzóla por el rabo; mas tan fuerte tiró la mona, que el rabo se le arrancó, quedándosele al Señor en la mano. Para lo que voy a hacer, lo mismo da... Y de aquel extraño utensilio formó a la madre del linaje humano.

Cerraron las ventanillas de un lado, y los rayos del Poniente vinieron a reflejarse un instante en el techo del departamento, retirándose después como niños que acaban de hacer alguna jugarreta. Las montañas se ennegrecían, los celajes más remotos eran de color de brasa; luego se apagaban unos tras otros como una rosa de fuego que fuese soltando sus pétalos encendidos.