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ABIND. Su historia me mueve. Pero dime, Alborán, así los cielos Te dejen ver el fin de tu esperanza, Y lo que quieres bien gozar sin celos; Ansí en el campo la gallarda lanza Y en la plaza tu caña sea famosa, Y el Rey te su Alhambra en confianza; Ansí de amiga cara o dulce esposa, Si dellos tienes esperanzas vanas, Alcances hijos, sucesión dichosa; Y dellos, en moriscas africanas, Los nietos, que colgados de tu cuello, Con tiernas manos jueguen con tus canas Ansí primero veas su cabello Nevado que tu muerte, y lleno acabes De fama y años, que Alá puede hacello, Que me digas, pues yo que lo sabes, Si soy yo Bencerraje, y si deciendo De los que alabas y es razón que alabes, O, como por ventura estoy temiendo, Soy hijo del alcaide de Cartama, Puesto que la verdad del alma ofendo; Que por la fe que el noble estima y ama, De guardarte secreto eternamente.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de , quise yo ahorrar dél; mas no lo hice tan presto por hacello más a mi salvo y provecho.

Los turcos aquel día estaban determinados de hacer algún efecto, por el trato y concierto que tuvieron dentro del fuerte, y esperaban la señal que les habían prometido de quemar la pólvora del castillo; y no saliendo esto en efecto, determinaron de ir á ganar el agua y acometer de todas partes á los nuestros, porque estaban puestos á punto para hacello, y así, por estar más cercana aquella guardia de Poniente que las otras, enviaron hasta 300 ó 400 turcos á la vuelta de la dicha mezquita, los cuales rompieron el cuerpo de la guardia que allí estaba de los 12 soldados, y ellos escaramuzando se retiraron á la vuelta del fuerte, no aguardando la orden de su Capitán porque la carga fué muy grande y no pudieron volver como los habían mandado.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de , quise yo ahorrar dél; mas no lo hice tan presto, por hacello más a mi salvo y provecho.

¡Válame Dios -dijo don Quijote-, y qué de necedades vas, Sancho, ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas? Por tu vida, Sancho, que calles; y de aquí adelante, entremétete en espolear a tu asno, y deja de hacello en lo que no te importa.

Como los turcos vieron aquel cuerpo de guardia en aquella parte, no osaron pasar adelante, y los cristianos, no teniendo otra orden, se volvieron todos al fuerte, y al retirarse mataron al capitán Carlos de Haro y al alférez Nuncibay, porque la escaramuza fué muy trabada; y si este día, por lo que se vió, salieran 2.000 infantes, como los capitanes y soldados lo deseaban y decían públicamente, desbarataban todo el campo de los turcos, y así lo decían ellos mismos, y la jornada fuera acabada; pero D. Alvaro de Sande nunca quiso ni tuvo por bien de hacello, movido por ciertos respetos que á él le parescieron.

Iten á 15 de Enero de 1582, por mandato de los señores del Cabildo, á su platero ciciliano ciento diez y seis sueldos para hacer una boca de infierno y unos vestidos y cetros y otras cosillas para la representación de la noche de Navidad como parece por una cuenta de su mano. Mas le por su trabajo que estuvo diez días ó más ocupado en hacello ochenta sueldos por las dos partidas, 190 s.

Bien que en él vendrás, porque estás cierto De los soldados que á tu cargo tienes, Y sabes que el menor en campo abierto Hará sudar el pecho, el rostro y sienes Al mas aventajado de Numancia: Ansi que está sigura tu ganancia. Respondeme, señor, si estas en ello, Porque á la execucion se venga luego. Donaire es lo que dices, risa, juego, Y loco el que pensase de hacello.

Y dende á poco, llegó Vicaquirao á do el Viracocha Inca, y hízole su acatamiento, y díjole la embajada que de parte de Inca Yupanqui le llevaba que ya habeis oido; al cual respondió Viracocha Inca quél holgara de hacello si no entendiera que volver á el Cuzco, habiendo salido dél huyendo, le era cosa afrentosa, y que no estaria á él bien entrar en la ciudad, habiéndola desamparado y habiendo habido vitoria un muchacho, como era su hijo Inca Yupanqui; que allí do estaba en aquel peñol de Cayuca Xaquixaguana , pensaba hacer un pueblo con la gente que consigo tenia, y allí pensaba morir; y que más no le esperasen en el Cuzco, que no pensaba entrar más en él en sus dias.

Por último, inclinándose hacia el maestro, sin bajar la mirada, con tono pausado y casi doliente, repuso: A las vegadas, yo mesmo pienso que Dios lo quiere, como dice vuesa merced, y me lo expresa arrancándome allá del abrazo de la muerte, mostrándome aquí las bajezas del mundo y la vanidad de todas las glorias humanas, o hablándome con el ruego de mi madre, como acaba de hacello.