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La imagen de la vida era la Tierra. Giraba sobre misma en determinados espacios de tiempo: repetíanse los días y las estaciones, como en la historia de los humanos se repiten las grandezas y las ruinas; pero había algo más sobre todo esto: el movimiento de traslación, que arrastra hacia lo infinito, siempre adelante... ¡siempre adelante!

Y conteniendo la voz se iba hacia la ventana abierta, y tendía las manos como sin querer, llamando a Juan a quien acababa de escribir sin decirle que viniese.

Cantaban en sus diversos latines respectivos y se acompañaban con sus instrumentos predilectos. Cítaras, crótalos, flautas, gaitas, arpas, salterios, trompetas, liras, todo sonaba allí, y el Apóstol hacía el milagro de armonizarlo.

Todo esto, sin darse ella mucha cuenta de lo que hacía, me lo quería hacer pagar, considerándome en extremo culpado. Lo que yo tuve que aguantar no tiene nombre. Créame V., P. Jacinto, en el pecado llevé la penitencia. Así es que me harté de amores serios para años, y me dediqué desde entonces á los ligeros. ¿Para qué atormentarse en un asunto que debe ser todo de amenidad, regocijo y alegría?

Y sus ojos se dirigían con mayor complacencia cada vez hacia la señora Liénard. Decíase que la viuda tenía ya sus veintisiete años, que unía a un espíritu encantador, un corazón honrado, rectitud de juicio y gran sensibilidad; que sería a la vez una excelente ama de casa y una compañera ciertamente deseable.

Vivía del botín que su hermana hacía, y nunca bajaba del Bocksberg; pero en el mes de julio, al llegar el tiempo de los grandes calores, sacudía, desde lo alto de su ladera, un cardo seco en dirección de las mieses de todos aquellos que no habían llenado regularmente el cesto de Catalina, lo cual atraía sobre las propiedades condenadas tormentas terribles, el granizo y grandes plagas de ratas y topos.

Bien, pues, por lo pronto te mando que tomes las dos puntas de esta sábana y que tires hacia allá con fuerza... ¡No tanto, hombre, que me arrastras!... ¡Basta, basta!

No era un enredo vulgar para satisfacción del sexo: era una pasión que endulzaba el ocaso de su madurez y le hacía soñar y sentir á los cincuenta años, con una intensidad que le retrogradaba á la juventud. Y con arrobamientos de adolescente, recreándose en el relato, recordó toda la novela de su amor.

Fáltame para intentarlo interrogar el suelo y visitar los lugares de la escena, oír las revelaciones de los cómplices, las deposiciones de las víctimas, los recuerdos de los ancianos, las doloridas narraciones de las madres que ven con el corazón; fáltame escuchar el eco confuso del pueblo, que ha visto y no ha comprendido, que ha sido verdugo y víctima, testigo y actor; falta la madurez del hecho cumplido y el paso de una época a otra, el cambio de los destinos de la nación, para volver con fruto los ojos hacia atrás, haciendo de la historia ejemplo y no venganza.

La inmensa rabia de mismo me hacía sufrir, sobre todo. ¡Intuiciones viriles! ¡Sicologías de hombre corrido! Y la primer coqueta cuya rodilla está marcada allí, se burla de todo eso con una frescura sin par! No puedo más. La quiero como un loco, y no , lo que es más amargo aún, si ella me quiere realmente o no.