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Hablábanse en voz baja, estrechadas sus manos y mirándose en los ojos, cuando el señor de Sontis sorprendió en la mirada de Juana una llama, que ciertamente no le estaba designada; volviose inmediatamente hacia el lado del bosque, siguiendo la dirección de la mirada de la joven, y vio, algo oculto entre los árboles, hacia la extremidad del camino, a un hombre que parecía indeciso en continuar o no; aquel hombre dio súbitamente vuelta a la espalda, y tomó otro camino, desapareciendo entre el ramaje.

Este aumentó por la noche con las noticias que se recibieron de la abdicación de Napoleón y la exaltación de los Borbones. Todo el mundo estaba en el paseo; éste parecía atestado materialmente, el tiempo era magnífico; hablábanse las gentes sin conocerse apenas. Se reunían, se felicitaban, se abrazaban; era aquello una manifestación general de entusiasmo.

Pusieron los Jesuitas su mayor empeño en familiarizarse con el idioma; y fué por ese entónces cuando el Padre Marban redactó su diccionario de la lengua moxo , con la mira de generalizarla en la provincia y hacer por este medio desaparecer en lo posible el considerable número de dialectos diferentes; pues sin ir mas léjos, en el mismo canton de Loreto hablábanse varios.

Su risa numerosa, loca, inesperada, voló como un enjambre de mirlos, despertando los ecos a través de los árboles. El viento levantaba su faldellín de un modo inolvidable. Hablábanse cada vez más trémulos y ajenos a mismos. Un decir fútil aventaba los pensamientos. El, envolviéndola en su orgullosa mirada, soñaba en la dicha de poseer como dueño absoluto aquella deliciosa existencia.

Allí se hallaba, cortando el paso del puente, retando a sus contrarios y al Duque mismo; al paso que aquéllos, sin armas de fuego, temblaban ante el denodado joven, sin osar atacarlo. Hablábanse en voz baja y tras ellos, apoyado contra el dintel de la puerta, vi a mi amigo Juan, que con un pañuelo procuraba restañar la sangre que manaba de una herida recibida en la mejilla.

Se inclinaba hacia ella como si no la oyese bien, y Nélida, por su parte, descansó un brazo en el sillón de Fernando, gozosa de sentir su epidermis en casual contacto con una de sus manos. Hablábanse sin mirar a los que transcurrían junto a ellos, sin reparar en sus ojeadas de sorpresa y sus cuchicheos de comentario.