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Entre los jóvenes reunidos los había optimistas como Isagani y Sandoval que veían la cosa hecha y hablaban de plácemes y alabanzas del gobierno para el patriotismo de los estudiantes, optimismos que le hacían á Juanito Pelaez reclamar para gran parte de la gloria en la creacion de la sociedad.

Entre tanto, que carguen las lantacas y suban a cubierta los fusiles para proteger a nuestros pescadores. En tanto que hablaban, la tripulación china había echado las dos anclas de proa y una pequeña de popa para afirmar mejor el buque, y después procedió a enrollar las velas de los palos mayor y trinquete.

Simoun, por lo demás, permanecía impenetrable; se había vuelto menos comunicativo aun, se dejaba ver poco, y sonreía misteriosamente cuando le hablaban de la anunciada fiesta. Vamos, señor Simbad, le había dicho una vez Ben Zayb; ¡deslúmbrenos usted con algo yankee! Ea, que algo le debe á este país. ¡Sin duda alguna! respondía con su seca sonrisa. Echará usted la casa por la ventana, ¿eh?

Y ¿es posible que en pocos instantes haya crecido esa hierba? Nunca podré creerlo. Pues te repito que antes no había nada en ese terreno. ¿Nos ocultará alguna desagradable sorpresa? Mucho me lo temo, Cornelio. El matorral de que hablaban estaba formado por veinte o treinta matojos puestos en fila, y distaba menos de cien pasos de ellos. Pues yo, tío, voy pronto a aclarar ese misterio.

Lo decía sonriendo, pero a través de su incredulidad adivinábase cierto respeto por la ciudad lejana y misteriosa, urbe de maravillas y tesoros de la que hablaban continuamente los emigrantes. El marido movió la cabeza con autoridad, y sus ojos parecían decirle: «Mujer, que estás cansando al señor... Vosotras no entendéis nada de nada».

Hablaban con mayor interés y abundancia de corazón de lo que habían almorzado aquel día, ó de la comida del anterior, ó de la que harían el siguiente, que del naufragio de hace cuarenta ó cincuenta años, y de todas las maravillas del mundo que habían visto con sus ojos juveniles.

Otras hablaban con los acólitos y demás servidores del templo que iban entrando por todas las puertas, soñolientos y desperezándose como obreros que acuden al taller.

Cuando hablaban en el club de algo que no llegaba a entender, sonreía con expresión de inteligencia, diciéndose: Eso debe estar en arguno de los libros que tengo en er despacho.

Los ojos se contraían, fatigados por el excesivo resplandor del cielo y del Océano, que parecía abrasar la retina. Mina y Fernando, para evitarse la molesta refracción, apartaban sus ojos del horizonte, mirando debajo de ellos mientras hablaban.

El desesperado articulista estuvo á punto de gritar, de arrojar el objeto que hallara más á mano sobre la inocente pareja que cruzaba la calle. Púsose lívido al notar que se hablaban con una confianza parecida á la intimidad, y hasta le pareció escuchar algunas tiernas y conmovedoras frases.