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Con el desdichado autor de quien nos venimos ocupando, tenía este hombre amistad antigua: ambos habían corrido juntos multitud de aventuras, y sin separarse navegaron por los revueltos golfos del periodismo hasta encallar en los arrecifes de una oficina, de donde no tardó en arrojarlos un cambio ministerial, y se embarcaron de nuevo en la prensa en busca de posición social.

Marchaba detrás Narcisa, muy tiesa, con la cara verde y el traje amarillo; llevaba en el pecho una margarita blanca muy marchita. Le habían puesto en los labios un candado cruel y tenía en los codos dos bocas horribles, abiertas por sangrienta desgarradura de la carne en una explosión de sapos y culebras.

Sólo las jóvenes que habían cultivado sus músculos en los deportes al aire libre se reían de estos temores de las señoras de salón. Todas se mostraban acordes al lamentar los crímenes de los hombres, pero la situación angustiosa parecía sin remedio.... Y de pronto surgió el hecho providencial y decisivo, un descubrimiento científico que casi puede ser calificado de milagro.

El trabajo escaseaba; había sobra de brazos, era reciente la indignación contra los petroleros perturbadores del país; los Borbones acababan de volver, y los ricos temían dar entrada en sus fincas a los que habían visto antes con el fusil en la mano, tratándoles de igual a igual, con gestos amenazadores.

En abril de 1599 encontramos a Lope de Vega en Valencia acompañando al Marqués de Sarria, quien se había trasladado allí, lo mismo que toda la corte, con el rey Felipe III y su hermana la infanta Isabel Clara Eugenia, para esperar a sus respectivos cónyuges la archiduquesa Margarita de Austria y el archiduque Alberto. Celebráronse en Valencia las velaciones pues ya los desposorios se habían hecho por poderes en Ferrara , y con tan grato motivo representóse el auto alegórico de Lope Las Bodas del alma con el amor divino. El señor Mérimée, en sus Spectacles et comediens

Volvían á repetirse las invasiones de los siglos remotos que habían hecho encorvarse á la antigua Tesalónica bajo la conquista de bárbaros, bizantinos, sarracenos y turcos.

En aquella época las costumbres no habían adquirido ese grado de pulimento en que la idea de las consideraciones sociales pudiera retraer al sexo femenino de invadir las vías públicas, y si la oportunidad se presentaba, de abrir paso á su robusta humanidad entre la muchedumbre, para estar lo más cerca posible del cadalso, cuando se trataba de una ejecución.

Una vez que todos los otros medios habían sido vanos, ya que él no oía la voz del deber, ella era la única que podía salvarle. La dije que le abandonara, que huyera: que desapareciera. Ella no quiso. Yo insistí: «Usted ama a otro: váyase lejos con su nuevo amanteElla me prohibió que la hablara en esa forma, y quiso saber quién era yo.

Jacobo, aturdido por completo, no le decía nada, intentando en vano adivinar por dónde habían llegado a manos de Elvira aquellas cartas, pruebas irrefragables de uno de los episodios más vergonzosos y comprometedores de su vida.

Antes de ausentarse me hizo depositario de sus secretos y me declaró que lo que a bordo de la barca se había sospechado era cierto, pues no era otro que el célebre Poldo Pensi, el bandido cuya osadía y ferocidad habían sido años antes narradas en verso y prosa en Italia.