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Prefieres la chata a la estatua; y la chata es una obra de la Naturaleza. Prefieres la góndola al tiburón, porque la góndola es obra del hombre. Sobre las obras de la Naturaleza pongo las del hombre, y sobre las del hombre, la vida misma, y con preferencia la fuente de la vida: la mujer. Pero concedo que me contradigo con frecuencia. ¿Y qué? Así me siento vivir.

La caída de la tarde animando con reflejos de ópalo las aguas obscuras del Gran Canal, una góndola pasando junto a la suya en dirección contraria, y en ella unos ojos azules, imperiosos, brillantes, unos ojos de esos que no pueden confundirse, que son ventanas tras cuyos vidrios fulgura el fuego divino del escogido, del semidiós y que parecieron envolverla en un relámpago de luz cerúlea.

Y en cuanto a la belleza lógica del mundo, te respondo que me atraen más las obras del hombre que las de la Naturaleza. Me gusta más una góndola que un tiburón, y si me apuras, admiro más un cacharro de Talavera que el Himalaya. En la Naturaleza, transijo mejor con lo caprichoso y absurdo, o que tal parece. Una jirafa me divierte más que el terreno terciario. Has caído en contradicción.

Mucho diera por ver un ente tan raro, dixo Martin. Sin mas dilación mandó Candido á pedir licencia al señor Pococurante para hacerle una visita el dia siguiente. Que da cuenta de la visita que hiciéron Martin y Candido al señor Pococurante, noble veneciano. Emarcaronse Candido y Martin en una gondola, y fuéron por el Brenta al palacio del noble Pococurante.

Su figura se aproximaba a las sillas de posta antiguas, que todavía hacen el servicio del correo en Madrid desde la Central a las Estaciones. Lo llamaban la Góndola y el Familiar y con otros apodos. Al Magistral se le hizo un poco de sitio, entre Ripamilán y Anita, con palabra solemne de dejarle en el Espolón, donde él tenía que buscar a cierta persona. Le secuestramos había dicho Obdulia....

, , secuestrarlo, es lo mejor: no se le dejará apearse añadió doña Petronila. No; protesto... entonces no subo. Subió; y la carretela salió arrancando chispas de los guijarros puntiagudos por las calles estrechas de la Encimada. Detrás iba la Góndola, atronando al vecindario con horrísono estrépito de cascabeles, latigazos, cristales saltarines, y voces y carcajadas que sonaban dentro.

Nada mas delicioso que un paseo en coche por la ribera izquierda del lago, en direccion á Collonge, al traves de quintas y parques bellísimos, huertos, jardines y viñedos, y dominando con la vista el soberbio panorama del lago y las montañas del Jura; ó bien, mecido suavemente en una góndola por el vaiven de las azules ondas del lago, surcar su superficie á las nueve de la noche, cuando las estrellas fulguran en el fondo de un magnífico cielo, se despiertan las brisas nocturnas cargadas de perfumes, y se ve á lo léjos en la ribera el vasto semicírculo de luz que producen las hileras de faroles en todos los muelles, á cuya línea se sobreponen las mil luces caprichosas de la parte antigua de la ciudad que se levanta en anfiteatros irregulares sobre la colina.

El doctor Montifiori se movía por el salón como una góndola con proa de ánade: tenía un abdomen formado sin duda por las golosinas de los banquetes de embajada, a los que concurría invariablemente a pesar de su retiro.

Y como si quisiera pasar apresuradamente sobre este recuerdo, explicó su llegada al cortijo. Había salido por la mañana de Jerez en la góndola de la sierra, uno de aquellos coches que pasaban cargados de gente y de fardos por el inmediato camino.

Para llegar á sus puertas es preciso ir en una góndola: las primeras gradas de la escalera que le dan acceso, hállanse cubiertas por el agua: se atracan las graciosas embarcaciones á unas astas que á las puertas de los palacios se encuentran, y se penetra con toda comodidad en el vestíbulo.