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Así como la marea al retirarse va dejando en la playa orlas paralelas de algas, así se advertían en los respaldos de los bancos de gutapercha roja series de capas de mugre, depositadas por la cabeza y espaldas de los jugadores, señales que iban en aumento desde el primer banco hasta el último, conforme se ascendía del inofensivo piquet al vertiginoso écarté, porque la hilera empezaba en el juego de sociedad, acabando en el de azar.

A Perico se le encontraba con más frecuencia en otro departamento tétrico como una espelunca, las paredes color de avellana tostada, los cortinajes gris sucio con franjas rojas, donde una hilera de bancos de gutapercha moteada hacía frente a otra hilera de mesas, cubiertas con el sacramental, melodramático y resobadísimo tapete verde.

En las mesas de tresillo, nadie; en los veladores inmediatos, lo mismo; en el sofá de gutapercha jironeada y en las cuatro butacas contiguas a él, Maravillas y dos «chicos de la redacción», hablando u oyendo leer, muy por lo bajo, a uno de ellos unos papelucos.

¿Pero qué?, ¿también vas a dar vueltas de carnero? dijo asustada doña Lupe, viéndole apoyar las manos en el sofá y doblar luego la cabeza hasta tocar con ella la gutapercha. Lo que yo , a usted no le importa, mujer de poca fe... La noche está fría y necesito que las extremidades entren en calor. Dentro del cráneo me han encendido un hornillo.

Componían el modesto mueblaje una consola, sillas de tapicería muy usadas, procedentes de casa de los condes, y un sofá de gutapercha en plena decrepitud.

Cuando usted guste, caballero le dijo al cabo un muchacho pálido, con ligero bigote negro, volviendo el asiento de gutapercha y mirándole de través. Pablito avanzó distraídamente y se dejó caer en la butaca con esa languidez elegante que adoptan en las peluquerías aquellos a quienes la Providencia señaló con un destello de superioridad. El chico le embadurnó la cara con jabón.

Lucía el Casino entre su maltratado mueblaje un caduco sofá de gutapercha, gala del gabinete de lectura: sofá que pudiera llamarse tribuna de los maldicientes, pues allí se reunían tres de las más afiladas tijeras que han cortado sayos en el mundo, triunvirato digno de más detenido bosquejo y en el cual descollaba un personaje eminentísimo, maestro en la ciencia del mal saber.

El capellán quería dejar bien puesto el pabellón de la Iglesia y pasar agradablemente las noches que se hacían eternas en Loreto, aun en primavera. Ana, sentada lejos, casi hundida y perdida en una butaca grande de gutapercha, de grandes orejas, donde había ella soñado mucho despierta, soñaba también ahora con los ojos muy abiertos, inmóviles.

Durante la discusión de Paco y D. Lino, fueron entrando en la tienda y sentándose en los bancos forrados de gutapercha algunas figuras silenciosas, que resultaron ser las del juez, don Ignacio Valcárcel, el promotor, el médico y otros dos caballeros.

Dos meses después, el P. Gil descansaba sentado en su pobre sillón de gutapercha. El trabajo de todos aquellos días, sobre todo del último, le había rendido. Era un trabajo puramente material, donde su espíritu, atribulado por nefandos y horribles pensamientos, se complacía; buscaba un calmante para la agitación interior que le atormentaba.