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¿Conoce usted la naturaleza de sus relaciones? No, pero no es difícil adivinarla. ¿Sería ella también su querida? ¿Se asombraría usted de ello? ¿No sabe usted que estos vengadores de la oprimida humanidad aman el placer, lo buscan, tienen mucho gusto en asociarse al deber?

El autor del Facundo revolcaba su temible maza desde las columnas del viejo Nacional; los salones se habían transformado; el gusto, el arte, la moda, habían provocado una serie de exigencias sin las cuales la vida social era imposible.

Mientras llegaba el momento de la ascensión, su vida no podía ser más triste. En vez de ingeniarse, como le aconsejaba su padrastro, para conquistar el pan, leía y leía por el gusto de saber, como un gran señor que tuviera asegurada la existencia y todos sus caprichos. Cercenaba su alimento para poder pagar con retraso las cuotas del Ateneo.

Aun hice más: procuré no pensar más en ella. Me sumergía en el trabajo. El ejemplo de Agustín me hubiera causado emulación si naturalmente no hubiese tenido gusto en ello.

Y así fué cómo lentamente sorprendí el secreto de su naturaleza; su clara frente que el cabello descubre, tan clara y despejada, luego me contó la rectitud de su pensar; su sonrisa, de una nobleza tan intelectual, fácilmente me reveló su desdén hacia lo mundano y lo efímero y su incansable aspiración hacia un vivir de verdad y de belleza; cada gracia de sus movimientos me tradujo una delicadeza de su gusto; y en sus ojos diferencié lo que en ellos tan adorablemente se confunde, luz de razón, calor de corazón, la luz que mejor calienta la lumbre que más ilumina... La certeza de tantas perfecciones bastaba ya para hacer doblar, en una adoración perpetua, las rodillas más rebeldes.

Apartado Montaner del campo, Berenguer de Entenza muerto, y Fernan Jimenez huido quedó solo Rocafort absoluto señor y dueño de todo, y así mudaba á su gusto y antojo las determinaciones de todo el consejo.

Le prohibió, riendo, que se los pusiera más. Para las corbatas confesaba que tenía mucho gusto, pero le sentaban mejor las de lazo que las chalinas. ¿Por qué no se encargaba a Madrid los sombreros? Los que llegaban a Lancia eran todos rancios y ridículos.

Yo le escucho con gran gusto, y al sorprenderme de sus arrebatos líricos, me dice que lo atribuye al modelo que tiene delante... ¡Si es lo más gentil!... Pero nuestras beldades, o algunas de ellas, se han empeñado en estropear o destruir con los artificios de afeites y pinturas su propia hermosura natural.

Un año fué la Guía con ocho registros, y el pasmo de los lugareños, participado por carta á mi amigo, le dió un contento que casi rayaba en beatitud ó bienaventuranza. No es menor el gusto que se tiene en contar lances y sucesos y en describir prodigios. De aquí sin duda el refrán: de luengas vías, luengas mentiras.

El viajero que ignora ciertos pormenores de la industria, llega á Lyon con el propósito de ir á maravillarse considerando las grandes fabricas de donde salen las ricas sederías, y que hacen trabajar á 80,000 obreros de uno y otro sexo. ¡Pero cuánta es la sorpresa al ver que semejantes fábricas no existen, y que tan enorme produccion salida de Lyon no es el fruto sino de operaciones de detall, de pequeñísimas empresas y de esfuerzos aislados y pacientes, en que el gusto y la inteligencia del obrero hacen mucho mas que la mecánica!