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La tripulación de pigmeos braceaba sobre la cubierta, gritándole para que volviese atrás, y como tardase en obedecer, una gran flecha disparada por el buque pasó cerca de su nariz á guisa de amenazadora advertencia. Otro día, aburrido de la monotonía de sus continuos viajes entre la orilla de la playa y la punta de la escollera, el Hombre Montaña quiso permitirse una ligera diversión.

Los argentinos se removieron en su altura con voces de extrañeza y protesta. ¿Ya no disparaban más? ¿Y aquello era todo?... Les habían robado el dinero. ¡Tongo... tongo! gritaron al mismo tiempo. Uno de ellos, cogiendo un pedazo de roca suelta, quiso arrojarla a guisa de felicitación sobre los adversarios reconciliados.

Aviso de todo á V. S. por si S. M. quisiere mandar algo, lo pueda hacer á tiempo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . »Lo que me dijo el Duque de Guisa que le había pasado con Antonio Pérez, no fué así: hase sabido después que está todavía en Inglaterra, y que debió de ser alguno que se valió de su nombre

Penetran juntos en el jardín que el sol inunda con sus rayos ardientes, y respiran más libremente bajo la bóveda de verdor que los envuelve en su fresca sombra. Gertrudis se echa negligentemente sobre el banco de césped y coloca bajo su cabeza, a guisa de almohada, sus brazos, bruñidos por el sol.

Su nariz, en guisa de interrogación, bien merece un soneto quevedesco o una de las loas que rimara Rostand en el Cyrano; su melena, romántica y subversiva, flota como airón en las revueltas populares, y es como el símbolo orgulloso de toda su vida.

Al otro lado, hacia la izquierda, en medio de malezas cubiertas de nieve, detrás de un muro pequeño de piedra en seco y de las empalizadas de un jardinillo, comenzaba a descubrirse la vieja casa forestal del guarda Cuny, con sus tres colmenas puestas sobre una tabla, su antigua y nudosa parra, que trepaba por un colgadizo hasta el tejado, y su rama de abeto pendiente del canalón a guisa de muestra; porque Cuny tenía también el oficio de tabernero en aquellas soledades.

Era necesario verle con un reverbero en la mano derecha, el libro en la izquierda, una barretina colorada en la cabeza a guisa de uniforme, deslizarse velozmente por los bastidores acudiendo a opuestos parajes en nada de tiempo, poniendo prisa a los empleados, contestando al sin número de preguntas que le dirigían, y esparciendo órdenes en estilo telegráfico como un general en el fragor de la batalla.

Levantóse en esto don Quijote, y, puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo -tal era de leal y bien acondicionado-, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además.

Lo doblaba hasta convertirlo en un arco, me azotaba los pantalones, lo blandía á guisa de florete, tocaba con él en la espalda de los tertulios para preguntarles cualquier cosa, lo dejaba caer al suelo. Cuando al fin la tertulia se deshizo y en la calle me separé de mis compañeros, estaba un poco más sosegado.

Y mientras el gaucho errante Al cruzar por la pradera, Se detenga en su carrera Y baje del alazan; Y ponga el poncho en el suelo A guisa de pobre alfombra, Y rece bajo esa sombra, ¡Santos Vega, duerme en paz!