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Le he vendido más alhajas que pelos tengo en la cabeza. ¡Ah!, entonces que estaba yo bien; pero de repente me trastorné, y caí tan enferma del estómago, que no podía pasar nada, y lo mismo era entrarme bocado en él o gota de agua, que parecía que me encendían lumbre; y mi hermana Severiana, que vive en la calle de Mira el Río, me llevó a su casa, y allí me entraron unos calambres que creí que espichaba; y una noche, viendo que aquello no se me quería calmar, salí de estampía, y en la taberna me atizé tres copas de aguardiente, arreo, tras, tras, tras, y salí, y en medio a medio de la calle caíme al suelo, y los chiquillos se me ajuntaron a la redonda, y luego vinieron los guindillas y me soplaron en la prevención.

Gobernador, alcaldes, concejales, inspectores y guindillas, tuvieron que huir vergonzosamente ante las amazonas del Manzanares. Apaleaban a los agentes, herían a los guardias, silbaban a los clérigos, ordenaban cierre de tiendas, y recorrían la capital en son de guerra, gritando: «¡Muera el alcalde! ¡Abajo los ladronesEn la calle de Atocha sufrieron una carga de caballería.

Allí tiene nueces, castañas, almendras, batatas, cirolitas imperiales envueltas en papel para que se pasen, guindas en aguardiente, orejones y otras mil chucherías. Los pimientos picantes, las guindillas y cornetas y los ajos, cuelgan en ristras al lado del bacalao, en la parte menos pulcra.

Un amigo corrió á la taberna para traer una larga ristra de guindillas. Esto le devolvería el apetito. La bufonada provocó grandes risotadas, y Pimentó, para asombrar más á sus admiradores, ofreció el manjar infernal al Terreròla que aún se sostenía firme, mientras él, por su parte, lo iba devorando con la misma indiferencia que si fuese pan. Un murmullo de admiración circuló por el corro.

A despecho de tan mezquino atavío, no qué flor de adolescencia empezaba a lucir en su persona; el moreno de su piel era más claro y fino, sus ojos negros resplandecían. ¿Qué tal, eh? murmuró Borrén volviéndose hacía Baltasar y Palacios . Esto empieza a picar como las guindillas.... Miren ustedes para aquí. Y tomado un candelero lo acercó al rostro de la muchacha.

Salieron al día siguiente para la consulta; pero como les designaran para esta una hora de la tarde, entretuvieron la primera mitad del día pordioseando en varias calles, siempre con mucho cuidado de los guindillas, por no caer nuevamente en poder de los que echan el lazo a los mendigos, cual si fueran perros, para llevarlos al depósito, donde como a perros les tratan.

Ya atiendo, señora, ya atiendo. ¿Pues no me ve?... Hijo, gloria de tu madre, emperador del mundo... ¡Ay!, crea usted que si aquellos perros guindillas no me dejan venir a dar de mamar a mi hijo, no lo que me pasa... El mismo Samaniego fue quien me soltó, diciendo: «Que se vaya noramala». Pues , señora, estoy contenta.

Doña Nieves era propietaria de algunos puestos del mercado y los arrendaba; por esto, así como por sus muchas relaciones, los diferentes tratos en que andaba y los anticipos que hacía a las placeras, ejercía cierto caciquismo en la plazuela. Se hacía respetar de los guindillas, protegiendo al débil contra el fuerte y los contraventores de las Ordenanzas urbanas contra la tiranía municipal.

Pero sin saber por qué, permanecía allí, como si este espectáculo tan nuevo para él pudiese más que su voluntad. Los amigos del valentón le daban broma al ver que después de las guindillas daba tientos al jarro, sin cuidarse de si su enemigo le imitaba. «No debía beber tanto: iba á perder, y le faltaría dinero para pagar.

Claro está que para postre no habían de faltar los ineludibles pestiños y que había de abundar el vino para apagar la sed que causa la sal conservada en el bacalao, a pesar del remojo, y al picante de las mil ristras de guindillas y de cornetas que en tal día se consumen.