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¡To, Parda!... ¡to! ¡to!... Espina debe de ser, porque en las patas no veo nada. Después que se la saques la lavas bien con un poco de vino y romero... Di a Teresa que te lo prepare... Nacida y criada en casa, ¿sabes ? prosiguió volviéndose al excusador con la fisonomía enternecida. Me daba D. Jovino, tu feligrés, sesenta duros por ella... ¡Como si me diera ochenta! Esta alhaja no sale de casa. ¡Qué anchura de pechos, eh? ¡Qué cuarto trasero! (Y se lo acariciaba blandamente con la palma de la mano.) No da mucha leche, pero toda es manteca... Esta otra también nació en casa... ¡Quieta, Guinda, quieta!... Es más torpe que la otra... Una novilla todavía... No hace quince días que ha parido por primera vez...

¿Y son estas las novelas que usted lee? dijo con severidad Amparo, que había ojeado uno de mis libros. ¡Oh! esta novela en ninguna parte está mejor que en el fuego. Y arrojó el libro a la chimenea. Era un tomo del Baroncito de Faublas. Sólo había tenido tiempo de leer algunas líneas Amparo, y se había puesto encendida como una guinda.

Se parecían con ese parecido que llamamos aire de familia, y eran, con todo, muy diferentes. La mayor de edad y menor de estatura, la del traje de seda, era trigueña, con ojos y pelo negros, labios colorados como una guinda y blanquísimos dientes, que mostraba riendo.

Mi sobrino es muy afortunado, ¿no es verdad? A aquella pregunta imprevista, doña Clara se puso encendida como una guinda. Montiño se equivocó al interpretar aquel rubor. En palacio, señora dijo , nos vemos obligados á hacer cosas que nos repugnan. ¿Qué queréis decir? Seamos francos y no nos ocultemos nada. ¡Que no nos ocultemos!... Yo que Juan tiene amores en palacio.

A este nombre, que ninguna voz humana había hecho resonar en sus oídos por tanto tiempo, Lucía se encendió y se puso como una guinda; y bajando los ojos, murmuró: Subamos a nuestras habitaciones.... Pilar, vente. Echame así, un brazo al cuello... otro a Sardiola... apóyate sin miedo, anda.... ¿Quieres que te llevemos a la silla de la reina?

Pepita, aunque la pregunta venía después de mucha broma, y pudiera tomarse por broma, y aunque inexperta de las cosas del mundo, por cierto instinto adivinatorio que hay en las mujeres y sobre todo en las mozas, por cándidas que sean, conoció que aquello iba por lo serio, se puso colorada como una guinda, y no contestó nada.

Habia mucha caza regalada, Perdices, pavas, aves muy sabrosas, Venados, avestruces, que salada Su carne es buena y sana, muy gustosa; Y dulces frutas, que hay una apropiada A guinda, yaracaes olorosas, Guembes, ivaviraes en gran suma, A rodo los pescados, como espuma.

Yo paro y contesto al brazo ¡pin!... Aquí el director del Porvenir de Lancia, que mientras describía su famoso y complicado golpe no dejaba de engullir trazando a la vez círculos en el aire con el tenedor, se atragantó con una espina, poniéndose súbito más rojo que una guinda. Hubo que sacarle al fresco.

No te encarames, o te vas de aquí más pronto que la vista. ¿En dónde está Pecado?». Para preguntar, los sabios y los chicos. La Sanguijuelera, cansada de responder a la misma pregunta, le cogió con una mano los dos carrillos, estrujándoselos, con lo que la boca del Majito resultó como una guinda. Le dio un beso en ella, diciéndole: «¡Qué pesado eres..., y qué rebonito!».

Pus, tiña, de mi madera sois, con toa esa fantesía; y el más ó el menos de trapo, no le hace al casco tener los fondos mejores.... Ni barrunto que de ayer acá vos haya caído denguna herencia de repente, pa echarvos tanta guinda.... Onde se ve la gente es en la mar, ¡retiña!; ¡y que se diga muy recio si en más de tres duros y medio que ya cuento, le he pedido á anguno remolque allí!