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La bruja, que recordaba que el año anterior Yégof había referido a las almas de los guerreros que sus innumerables ejércitos no tardarían en invadir el país, experimentaba una vaga inquietud.

Los cincuenta guerreros de Fresnedo, Meloneras y Navaliego, al oir aquella señal, surgieron de improviso del bosque donde se hallaban ocultos y cayeron como buitres hambrientos lanzando gritos horrísonos sobre los mozos de Condado y Lorío. ¿Quién pudiera resistir el ímpetu de aquella juventud magnánima?

El viejo Andrónico le halagó con nuevos honores, pero antes de volver á los Dardanelos quiso despedirse de su cuñado, el sombrío Miguel, que estaba en Adrianópolis con muchos guerreros búlgaros, futuros aliados. El heroico aventurero, contra la opinión de los suyos, que temían una asechanza, fué á Adrianópolis escoltado solamente por unos cientos de catalanes, y le recibieron con grandes fiestas.

Algunas de sus mugeres son tan blancas como las españoles: son corteses, civiles y de buen natural; pero muy inconstantes en guardar sus palabras y contratos; son robustos y guerreros, y no temen la muerte. Su número es mucho mayor que el de las otras naciones, y casi igual al de todas las que habitan estas partes.

Para él todas las mujeres eran santas, todos los hombres buenos, todos los guerreros dignos, todos los oficios nobles, todas las cosas bellas. El reptil, a sus ojos, se convertía en ave; el barro en oro; el erizo en flor; el espectro en ángel. Su voluntad era granito; su espíritu, llama. Unía, a la calma de Massena, el arrojo de Murat.

El desprecio a las intrigas y el odio de sus enemigos le hicieron abandonar para siempre el archipiélago de la Orden, las islas de Malta y Gozzo, cedidas por el Emperador a los frailes guerreros sin otro precio que el tributo anual de un azor de los que se criaban en aquellas islas. Viejo ya y cansado, retirábase a Mallorca, viviendo de los bienes de su encomienda situados en Cataluña.

De seguro que mira con mejores ojos á un soldado franco y alegre como yo, que nunca ofendió al vencido ni volvió la espalda al enemigo. Pensáis como podéis, y creéis decir bien, repuso Roger. Pero ¿acaso imagináis que no hay en el mundo otros enemigos que los guerreros franceses, ni más gloria que la que pueda alcanzarse combatiéndolos?

He abandonado a mis barones y mis guerreros ¡avanzan tan lentamente, de una manera tan solemne! , y he corrido aquí. ¡Qué dicha, te he encontrado sola! ¿Me esperabas aquí, amor mío? ELSA. No. ¡Pero qué extraña capa llevas! ENRIQUE. Es la de uno de mis servidores; no he querido que me reconociesen aquí. No soy yo, Elsa; soy mi espectro. El verdadero duque viene con sus barones.

Más tarde me lo dirás. Mira, viejo negro, que tengo en la selva compañeros libres, y si nos tocas a o a los míos, quemarán tu aldea. Mis guerreros me defenderán. ¡Oh, bandido! El Capitán, furibundo, se había levantado amenazando con los puños al jefe, cuando de pronto oyó dos disparos de fusil, seguidos de gran gritería. ¡Dos disparos! exclamó Hans . ¡Sin duda son Cornelio y Van-Horn!...

Y defendía sus convicciones con el entusiasmo místico de todos los que en la Historia intentaron imponer una creencia; con la fe de los guerreros de la Cruz y los del Profeta; con la tenacidad de los inquisidores y de los jacobinos.