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En toda la Guardia Blanca un solo soldado sabía leer y recuerdo que se cayó en una cisterna durante el asalto de Ventadour; lo que prueba que el leer y escribir no es para hombres de guerra, por mucho que le pueda servir á un amanuense.

Sin embargo, conservó su aspecto sereno, su semblante impasible é inalterable su acento, cuando respondió á la reina: Sólo falta que doña Clara le entregue su provisión de capitán de la guardia española. Se le entregará... mañana... Ahora bien: ¿cuánto ha costado esa provisión, porque supongo que Lerma la habrá vendido?

Aunque la lucha cesó, no cesó tan a tiempo que el Rey no se enterase de ella. Y mandados por él, se adelantaron algunos soldados de su guardia, rompieron por medio de la apiñada multitud y llegaron al centro mismo donde se hallaban los que dieron ocasión al alboroto.

En este lugar, por la comodidad del puerto, deberia formarse la primera guardia, y una poblacion á su abrigo: luego se seguirá aguas arriba á establecer otras doce, hasta encontrar la que se propuso cerca del Bebedero, donde convendria situar otro pueblo. Pero el principal debe establecerse á la distancia de NO SE, con la Laguna de Salinas y dicho Colorado.

Mira entretanto qué punta les ha arrimado con el látigo a los venerables Abu-el-Seid y Abentomiz, para que ahilen con los demás de la recua, el agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana.

Juan Montiño había dado aquella bofetada. Don Bernardino la había recibido. Juan Montiño era el que había arrojado. Don Bernardino el que había caído. Este era el estruendo que había distraído de su chismografía política al alférez de la guardia española Ginés Saltillo y á sus oyentes. Montiño se había vuelto con suma tranquilidad á su bastidor.

Cuando la tos no dejaba dormir al viejo guardián, hablaba a Gabriel de los años que llevaba de vida nocturna en la Primada. Era un oficio que tenía cierta semejanza con el de sepulturero; pasaban la vida entre muertos, en el silencio del abandono, sin ver a nadie hasta que terminaba la guardia.

Allí se alzaba una vasta reja de hierro, que dividía el patio grande, de otro largo y estrecho, en que continuaba la calle de cipreses, pareciendo entrar en ella con paso majestuoso, y formando una guardia de honor al magnífico portal de la iglesia, que se hallaba en el fondo de este segundo y estrecho patio.

A cada paso se amplifica, se magnifica en estas novenas el poder infernal. No sólo coloca al demonio entre los enemigos del alma, con nuestro propio cuerpo y la humanidad entera, sino que en todo momento temblamos de sus asechanzas, nos consideramos débiles para resistirle y aun parece que tememos que el mismo Dios no sepa defenderse del demonio, porque a cada paso se trata de avivar a Dios y de ponerlo en guardia contra el poder infernal. "Asístenos propicios desde el cielo, fortísimo libertador nuestro, en esta lucha con el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo librásteis al Niño Jesús de inminente peligro de la vida, así ahora defended la Iglesia Santa de Dios de las asechanzas de sus enemigos y de toda adversidad, y a cada uno de nosotros protegednos con perpetuo patrocinio *

La función de iglesia llegó pronto a su término. Los soldados de la guardia empezaron a abrir calle, a fin de que la regia comitiva pudiese pasar holgadamente por entre la muchedumbre que a un lado y a otro se apiñaba, procurando cada cual ponerse delante para ver y acaso para ser visto del Rey, de la Reina o de los señores y damas de la corte y alcanzar de alguno de ellos un saludo o una amable sonrisa.