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En efecto, las compañeras de la gitana se habían aproximado y tras ellas algunos transeuntes. Una mujer te quiere, salao, pero no la quieres á ella dijo la máscara observando las rayas de la mano del guapo y remedando á las gitanas. En cambio, estás chalao por otra que huye de ti. Llegarás á conquistarla, pero al fin te la pegará. Un amigo falso te hará traición.

Ana salió tras él, ensimismada, sin acordarse de que había en el mundo maridos, ni días, ni noches, ni horas, ni sitios inconvenientes para hablar a solas con un hombre joven, guapo, robusto, aunque sea clérigo. El Magistral, como equivocando el camino, se dirigió hacia la puerta del patio, aunque parecía lo natural subir por la escalera de la galería y pasar por las habitaciones de Quintanar.

¿Os imagináis exclamó, que me caso con el notario por su cara? ¡Para eso me hubiera casado con mi primo Rodrigo, que, aunque menos rico, es mucho más guapo que él! Doy mi mano a M. L'Ambert porque es un hombre galante, que ocupa una posición envidiable en el gran mundo; por su carácter, sus caballos, su hotel, su talento, su sastre; todo en él me agrada y me encanta.

Luego que me hube aferrado bien a esta idea, bebí otra copa de un trago, me levanté y salí decidido a entendérmelas con aquel guapo. Mientras caminaba a paso largo hacia la calle de Argote de Molina, discurrí que acometerle de improviso a bofetadas era indigno. Además, una cachetina no era lo que yo apetecía. En aquellos momentos me sentía inclinado a lo trágico.

Yo no hallo desordenado ni violento el que ames á D. Carlos, que es muy guapo y joven, y el que no gustes de D. Casimiro, que es viejo y feo. Esto me parece naturalísimo. Será natural, porque la naturaleza es el pecado. ¿Dónde está el pecado?

Tardó en comprenderlo el guapo; pero recordando al fin, salió del atolladero lo mejor que pudo, aunque sin entregarse. Así se hallaban las cosas cuando un suceso inesperado y terrible vino á cambiar su faz por completo. Pontes, viendo cruzar desde la casilla un hombre que le pareció sospechoso aunque no llevase carga alguna, le ordenó detenerse.

Pero Soledad no parecía preocupada con tal recuerdo, ni mucho menos advertir la inquietud de su amante. Era la misma de siempre. Se mostraba con él cariñosa y solícita, prevenida á darle gusto en todo: de tal modo, que el guapo nada echaba menos de los regalos con que le tenía acostumbrado.

Ó te traigo las yemas esta noche, ó me tiro por la muralla. Y al día siguiente, cuando nadie pensaba en ello, se daba el guapo una palmada en la frente. ¡Caramba, qué cabeza la mía!... ¡Ya se me han olvidado otra vez las yemas de Soledad!... ¡Vive Dios! Pero ahora no se me olvidan; pueden ustedes estar seguros. Y sacaba el pañuelo y le hacía un nudo. Los tertulios reían.

Un mozo rico, muy guapo, de alma noble, de claro y bien cultivado entendimiento, sin gota de sangre azul en las venas y sin trato ni conexiones de ninguna especie con el «gran mundo», era cuanto, puesta a soñar, hubiera soñado la Montálvez para novio de su hija. Y este novio existía de verdad, y amaba a Luz, y Luz estaba enamorada de él.

Por eso he pensado en buscar para ella un mozo rico, guapo, valiente, formal y trabajador. ¿Y quién reune en Entralgo estas cualidades?