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Ellos eran miles de cascos brillando al sol; miles de gruesas botas levantándose con mecánica rigidez todas á un tiempo; las trompetas cortas, los pífanos, los tamborcillos planos, conmoviendo el augusto silencio de la piedra; la marcha guerrera de Lohengrin sonando en las avenidas desiertas ante las casas cerradas.

Torció las riendas del sobérbio bruto Y á trote largo adelantóse al rato Llevando al lado el disputado pato Que á gruesas gotas de sudor ganó; Y al acercarse ante el vencido corro Se desciñó del rostro su barbijo, Y estas palabras atrevidas dijo Que la turba entre aplausos recibió.

Pero yo desprecio los bienes terrenales, y no me preocupo del porvenir. ¿Ven ustedes este duro? Pues ahí va... Y hecho esto, el hombre aguarda la vuelta, cuenta las perras gordas una por una y se las guarda en un bolsillo profundo... Poco dinero y malo. Hombres furiosos. Señoras gruesas, siempre sofocadas, o por el calor o por los berrinches, que se abanican constantemente. Muchos curas.

Esto ocurrió en 1698 el día 10 de Octubre, y la causa del castigo fué que el tal verdugo tenía el feo vicio de la blasfemia, costándole las palabras gruesas que en una ocasión dijo, 200 azotes dados tan á conciencia, que el hombre estuvo curándose largo tiempo y á punto de perder la vida.

En las orejas, unas gruesas arracadas de oro, en forma de tubos de órgano, que caen hasta la mitad de la mejilla. Los vestidos de larga cola y cortos por delante, dejando ver los pies... siempre desnudos.

Los crustáceos habían de sacar de su coraza, que empezaba á rajarse, el múltiple mecanismo de sus miembros y sus apéndices: las patas, las antenas, las gruesas pinzas, operación lenta y peligrosa, en la que muchos parecían rasgados por su propio esfuerzo. Luego, desnudos é inermes, habían de esperar á que se formase una nueva piel que á su vez se convirtiese en armadura.

Llevaba en las orejas dos gruesas esmeraldas cuadradas y en los dedos media docena de brillantes, que se pasaban de faceta en faceta la luz del sol.

El joven mayorazgo estaba vestido del modo siguiente: una ancha faja de seda color de amaranto le ceñía el cuerpo; sus calzones de ante se ataban bajo la rodilla, y sobre las medias de seda llevaba gruesas botas de cordobán con espuelas de plata.

En fin..., está bien... Ya lo oyes, Luisa, te abraza, con efusión. Luisa se precipitó en los brazos de Catalina, y ambas mujeres se besaron; la labradora, a pesar de la entereza de su carácter, no pudo contener dos gruesas lágrimas, que siguieron los surcos de sus mejillas. Luego, tranquilizándose, dijo: ¡Vamos, vamos; todo marcha bien!

En las hondonadas profundas se han acumulado los copos en gruesas capas; en las pendientes rápidas bordan ligeramente las hendiduras como tenue velo de encaje; en los abruptos tajos sólo aparecen de cuando en cuando, como manchas brillantes.