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Navarro se acercó a ellos, les habló en la lengua; fuese animando poco a poco; dos gruesas lágrimas corrieron de sus ojos, y los indios clavaron con muestras de angustia sus lanzones en el suelo. Todavía después de emprendida la marcha, volvieron sus caballos y dieron vuelta en torno de ellas, ¡como si les dijesen un eterno adiós!

E inclinando su cabeza rubia obscura, cargada de gruesas trenzas, como un casco de oro antiguo, dijo sonriendo con confianza amistosa y burlona: Bien venido, Rafaelito. No por qué, le esperaba esta tarde. Ya nos hemos enterado de sus triunfos: hasta este desierto llegaron la música y los vivas. Mi enhorabuena, señor diputado. Pase adelante su señoría.

Y como Mauricio no se calmaba, el buen Fortunato le llevó á su casa, le instaló en una habitación próxima á la suya, y por la noche, al oirle suspirar, se levantó para ver si estaba enfermo. El niño, dormido, lloraba en la cama, soñando sin duda con su padre. Gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas y mojaban la almohada.

Entonces, del rincón obscuro de las máquinas, cuya masa gigantesca surge del suelo detrás del armazón de las ruedas, se adelanta pausadamente una larga figura vacilante, cubierta de harina de pies a cabeza; aparece un rostro pálido, en el cual sólo se lee esa especie de estupidez que producen los años; una nariz ligeramente colorada que baja hasta la barbilla, unos ojos enfurruñados que se ocultan bajo gruesas cejas, y una boca que parece agitada por un movimiento eterno de masticación.

Un día la envolvieron en gruesas mantas, y no obstante su resistencia, la llevaron a Prusia a consultar a un médico; éste se encogió de hombros, prescribió píldoras de hierro y aconsejó un cambio de aire. Debía haber aconsejado algo más, que preocupaba mucho a nuestros padres, al menos a papá, pues ya hacía mucho tiempo que nada podía sacar a mamá de su apatía.

Empezó a frotar. ¡María Santísima y qué primer agua la que salió de aquella empecatada carita! Lejía pura, de la más turbia y espesa. Para el pelo fue preciso emplear aceite, pomada, agua a chorros, un batidor de gruesas púas que desbrozase la virgen selva.

Aunque no vestía el hábito monástico, su ropilla, calzas y gruesas medias eran de obscuro color, cual convenía á un morador de aquella santa casa.

Tan cierto es que los Catalanes son opuestos á la guerra y tienen un profundo espíritu de progreso, que siempre han solicitado la demolicion de las fortificaciones, á fin de poder ensanchar sus ciudades, confiando su defensa á los intereses mas bien que á los cañones de las gruesas murallas.

Entonces Hullin, con los codos hacia adelante, las gruesas orejas rojas entre las manos y bajando la voz contó lo que había visto: las talas alrededor de la ciudad, la distribución de las baterías en las murallas, la publicación del estado de sitio, los carros de heridos en la plaza de armas, la conversación con el viejo sargento en casa de Wittmann y el resumen de la campaña.

Avanzó el Nacional llevando pendientes de sus manos, con las puntas hacia abajo, dos gruesas banderillas que parecían enfundadas en papel negro. Fuese hacia el toro sin grandes precauciones, como si su cobardía no mereciese arte alguno, y le clavó los palos infernales entre los aplausos vengativos de la muchedumbre.