United States or Puerto Rico ? Vote for the TOP Country of the Week !


¡Ah! replicó, dulcificando su cara con una sonrisa al tenderme su mano grande y endurecida, he estado cavilando todo este tiempo, señor Greenwood, si me reconocería en este traje. Me alegro mucho, muy mucho, de poder renovar nuestra relación. Y dio mayor énfasis a sus palabras, significativas o fingidas, con un fuerte y estrecho apretón de manos.

Es mi esposo; por consiguiente, todo amor entre nosotros está excluido añadió. Ha sido usted siempre mi amigo, señor Greenwood, pero ahora que me ha obligado a confesarle la realidad, nuestra amistad ha terminado. ¿Y su esposo está aquí con usted? Ha estado respondió, pero se ha ido. Supongo que abandonó usted Londres secretamente para reunirse a él, ¿no es así? observé con amargura y acritud.

¡Es mi opinión, Greenwood, que Blair nos ha tratado ruinmente! estalló mi amigo, eligiendo un nuevo cigarro, y mordiéndole la punta con enojo. Recuerda que me ha dejado su secreto. Puede ser que lo haya destruido después de haber hecho el testamento apuntó Reginaldo. No; o debe estar escondido, o ha sido robado, eso es lo que no ha podido aclararse.

Si usted me disculpa y permite, señor Greenwood, le diré que pienso que es inútil estemos combatiendo de esta manera, teniendo en vista que yo mucho más de Burton Blair y de su vida pasada, que lo que usted sabe. Aceptado le dije. Blair fue siempre muy reticente. Se consagró a resolver un misterio y consiguió su objeto.

Ha dejado a ese hombre en posesión completa e incontestable de todo. No había olvidado la arrogancia y la confianza en mismo, de que había hecho gala esa noche que por primera vez fue a vernos. Pero, señor Greenwood, ¿tendrá usted, ahora, la bondad de disculparme por lo que voy a decirle? preguntó la señora Percival, después de una breve pausa y mirándome fijamente a la cara.

Se levantó, y de una gran caja negra de papeles, con la siguiente inscripción: «Burton Blair, Esquire», sacó el testamento del muerto, y, abriéndolo, me mostró la siguiente cláusula: « Dono y lego a Gilberto Greenwood, de Los Cedros, Helpstone, la bolsita de gamuza que se encontrará en mi persona en el momento de mi muerte, con el objeto de que pueda sacar provecho de lo que hay dentro de ella, y como compensación de ciertos servicios valiosos que me hizo.

Pero no es posible que mi padre me haya dejado en las manos de ese demonio, de ese individuo cuyo solo nombre es sinónimo de todo lo que implica brutalidad, astucia y maldad. ¡No puede ser cierto... debe haber algún error, señor Greenwood... debe haberlo! ¡Ah! usted no conoce como yo la reputación de ese inglés tuerto, porque si la conociera, preferiría antes verme muerta que asociada a él. ¡Debe salvarme! gritó aterrorizada, estallando en un torrente de lágrimas.

Durante largos cinco minutos permaneció dominada por la emoción y sin poder articular una palabra. Al fin, en una voz baja, enronquecida, dijo: No lo que pensará usted de , señor Greenwood. Estoy avergonzada de misma, y de la manera cómo lo he engañado. Mi única disculpa puede concentrarse en estas dos palabras: era imperativo.

Después de salir del Imperio, nos paramos en la plaza Leicester para subir a los coches que habíamos tomado, cuando al italiano que le decía a Blair en su idioma: «No me gusta ese amigo vuestro, ese que se llama Greenwood. Es demasiado curioso e inquisitivoMi amigo se rió al oír esto, y le contestó: «Ah, caro mío, no lo conocéis.

Con el fin de explicar la verdad sencilla y llanamente, debo, en primer lugar, decir que yo, Gilberto Greenwood, era un hombre de escasos recursos, a quien una tía, ascética y de la iglesia bautista, pero poseedora de una pequeña fortuna, le había dejado una renta vitalicia; mientras mi amigo Reginaldo Seton, a quien conocía desde niño, cuando juntos habíamos estado en Charterhouse, era hijo de Jorge Seton, dueño de un negocio de encajes de la calle Cannon y concejal de la Municipalidad de Londres, el que murió dejando a Reginaldo de veinticinco años, con una pesada carga de deudas y un negocio anticuado y noble, pero que iba decayendo rápidamente.