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No se percibe el infinito, empero se siente, se oye, se le adivina así, siendo más profunda la impresión que con ello causa. Esto me sucedió en Granville, playa tumultuosa de gran oleaje y mucho viento donde termina la Normandía y comienza la Bretaña.

Usted lo verá acompañándonos a la Villa Blanca, donde le haremos los honores. Con mucho gusto, querida señora, en cuanto deje la maleta en el hotel de Francia, donde he tomado una habitación. ¡Cómo! ¿Piensa usted alojarse en Granville? Eso no me impedirá ir con frecuencia a Saint-Pair si ustedes me invitan...

La de Raynal, refractaria a un corto viaje a Amiens, se dejó seducir por la perspectiva de una expedición elegante, rodeada de un lujo y de unas comodidades que halagaban su orgullo de niña mimada, y el joven agregado de embajada obtuvo un éxito de buen agüero para su carrera diplomática. El carruaje dejó las calles tortuosas de Granville y tomó el camino de Saint-Pair.

Volvió a leer el texto del telegrama, fechado en Jersey... ¡Jersey! Liette creyó estar viéndole desembarcar del vapor en el puerto de Granville... ¡Dejaba entonces una mujer y un hijo en la otra orilla! Y como una espesa niebla que se disipa de repente ante las brillantes flechas del astro del día, una luz cruda, brutal y deslumbradora cegó sus pobres ojos que ella tapaba en vano para no ver...

Pero ¡ay! ¿esperaría la muerte? ¿Era filial aquella prudente reserva? Liette cayó de rodillas. Perdona, madre querida; quería ahorrarte una decepción probable... Pronto, cuéntamelo todo... ¿Te ama? Así me lo ha dicho. ¿Y escrito también? Por eso recibías tantas cartas de Granville... La anciana se reía maliciosamente, muy orgullosa por su perspicacia. ¡Oh! dos solamente, y no las he respondido.

Una carta para usted, señorita; de Granville. ¡Al fin! Liette desgarró el sobre con mano temblorosa. La carta era de Blanca y no contenía más que estas líneas: «Doy a usted, mi querida amiga, la primera noticia de un secreto que es una pena y también una dicha. Mi madre no es mi madre, y, sin embargo, me ha dicho muy bajito que yo podría aún ser su hija.

Fuese por la distracción, por el cambio o por el aire vivificante y saludable, nadie hubiera conocido a la agonizante de la víspera, de movimientos cansados, mirada muerta y piernas inertes en la intrépida paseante que se veía con frecuencia en la «Brecha de los Ingleses», en el jardín de la «Villa Blanca», en el casino de Granville y en la playa de Saint-Pair.

La belleza lujuriosa y agradable, á veces vulgar, de la linda campiña normanda, desaparece, y por Granville, por el peligroso Saint-Michel-en-Grève, se pasa de un mundo á otro. Granville es de raza normanda, pero bretón en su fisonomía.

En fin, para evitar a la enferma la promiscuidad penosa del hotel, Blanca le ofreció amablemente una deliciosa quinta que llevaba su nombre, que su tío había hecho edificar para ella en Saint-Pair, en el camino de Granville, y a la que la familia debía ir en el mes de agosto.

Por supuesto, que no sopla con tanta violencia á la embocadura del Sena, á la sombra de los bosques de manzanos de Honfleur y de Trouville. Al partir el manso río, se desliza suavemente á la izquierda, trayendo el influjo de su carácter agradable y pacífico. Hase descrito en otro sitio de esta obra el mar vehemente, con terrible frecuencia, de Granville, Saint-Malo, Cancale.