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Quizá por esto, y para granjearse de nuevo su voluntad, le fue a noticiar una tarde al confesonario la determinación que había tomado. No vaciló en darle su consentimiento. Una devoción tan exaltada, un anhelo tan vivo de penitencia y sacrificio se hallarían más a su grado entre las paredes de un convento que en medio de las impurezas de la vida mundanal.

Escasas, en verdad, son las noticias biográficas de Luis Vélez de Guevara que han llegado hasta nosotros, reducidas á lo siguiente: Nació en Ecija, en Andalucía, en el último tercio del siglo XVI ; pasó en Madrid la mayor parte de su vida; estuvo al principio al servicio del conde de Saldaña; desempeñó después un destino en la corte de Felipe IV, cuyo favor supo particularmente granjearse, y murió en el año de 1644.

La condesa d'Aulnoy, en la traducción antigua alemana de su obra , dice de él lo siguiente: «Este favorito compuso en su honor diversas comedias, que se representaron, acudiendo todos á verlas con empeño; y, á la verdad, ningún medio como éste para granjearse las simpatías de los españoles, aficionados más que ningún otro pueblo á este espectáculo, y dispuestos á gastarse su dinero en pagar un buen asiento á costa del hambre de su pobre mujer y de sus hijos

Sea diversa nuestra regla: creamos que donde hubo maestros para hombres tan insignes en letras y en virtudes como S. Eulogio y Paulo Alvaro, no pudieron faltar virtudes para proceder con conciencia pura, ni letras para obrar con pleno conocimiento de lo que permitia y vedaba la disciplina de la iglesia goda; tengamos por seguro que el clero de Córdoba fué siempre digno de la alta reputacion que supo granjearse en todas las épocas conocidas de nuestra historia sagrada, pues no haremos escesiva gracia al que en todos sus actos notorios procedió como santo, si en alguno de sus hechos ignorados le suponemos consecuente.

Como quiera que fuese, las dos principales ciudades de Andalucía rivalizaban en la manera de obsequiarle y de granjearse su sonrisa, porque aunque los hereges vencidos le llamasen el demonio del mediodia, el poderoso clero de España le llamaba el piadoso y el prudente, y aunque la nacion se empobrecia, y se dejaba arrebatar los últimos restos de sus antiguos fueros y libertades, la aparente riqueza de las Américas la alucinaba, y las gloriosas hazañas de D. Juan de Austria, del duque de Alba, del de Parma y del de Saboya, entretenian su imaginacion aventurera.

Otro tanto hizo el legítimo papa Clemente VII. Urbano eligió por obispo á Menendo de Cordula, y le envió por legado suyo al rey D. Enrique para que este le reconociese por legítimo Pontífice, autorizándole para ofrecer en su nombre al monarca de Castilla, á fin de granjearse su voluntad, tres piezas de escarlata para que se vistiera con la reina y sus hijos del mismo color que se vestía el Papa.

Pensaba y sentía, amaba y odiaba lo mismo que su país; conocía todos los tonos, que habían de conmover más profundamente el corazón de sus conciudadanos, y sabía formar con ellos los más gratos acordes; no le eran extraños ninguno de los medios capaces de granjearse sus simpatías; apoderábase de todos los elementos poéticos, predominantes en la tradición y en la historia, en las creencias y en la vida de su pueblo; llevaba al teatro todas las fuentes de poesía, que manaban del suelo español, poseyendo el arte de comunicar nueva vida á las antiguas y desfiguradas leyendas de épocas anteriores, utilizándolas en infundir ardor y fuerza en el sentimiento nacional.

No es posible dudar del verdadero amor que profesó este Monarca al arte dramático, ni de sus merecimientos en protegerlo y fomentarlo. Pruébalo la penetración con que supo distinguir á los poetas de más talento y más dignos de su aprecio para llamarlos á su lado, entre la infinita muchedumbre de ellos que se esforzaba en granjearse sus favores.

Puesto el empeño en granjearse la amistad y el concepto del magnate, por aquellos resortes flacos del corazón humano, fué dando interés á las entrevistas frecuentes y largas que á solas tuvieron en el palacio de Walsingham , hasta desarrollar por completo el plan que, hiriendo de muerte al Monarca católico, procuraría al caudillo británico gloria inmarcesible y cuantiosa riqueza .

Los hombres no se casan por el prestigio, sino por el dinero. No se le ocurrió, pues, sentir remordimientos por lo pasado. Vivió triste y resignada dos años más, mostrándose indiferente a los placeres propios de su edad, sin hacer nada para granjearse la voluntad de los jóvenes y ganar un marido.