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Tómese el plano de cualquier abadía reformada, cluniacense ó cisterciense, trácense en su iglesia dos coros, uno á un lado y otro á otro, y en comunicacion con los mismos dos claustros, uno para hombres y otro para mujeres, con sus correspondientes dormitorios, refectorios, capítulos, enfermerías, hospederías, cocinas y lo demas necesario para el servicio corporal y espiritual de cada clausura; establézcase una division de altas y gruesas paredes entre ambas casas, poniendo los puntos de comunicacion entre una y otra bajo la vigilancia y custodia del abad y de sus delegados; agréguense al recinto general aquellas oficinas en que se emplean monges solos, sin acceso para las religiosas, que son todas las que requiere la administracion y gobierno económico de ambas comunidades, los graneros, los depósitos de las prestaciones decimales, las huertas, molinos, establos, habitaciones de criados, etc.; y se tendrá aproximadamente la planta de uno de los principales monasterios de Córdoba del tiempo de S. Eulogio, como el Tabanense ó el de Peñamelaria.

Las necesidades materiales de la vida estaban representadas en los graneros, cillerezía, molinos, cocinas, etc.; estas oficinas se hallaban próximas al claustro, pero fuera de clausura. Junto á la iglesia estaba el claustro, con todas las dependencias necesarias para los profesos.

Los soldados de Morel durmieron aquella noche en San Leonardo, repartidos entre las granjas, graneros y dependencias de aquel poblado, perteneciente, como tantos otros, á la rica abadía de Belmonte, que no muy lejos quedaba.

Los hay que se espantan, los hay que se encogen, hágase lo que se haga... En fin, adelante. Un poco de todo eso era el patio de Krakowitz. Graneros espléndidos... carretones mal cuidados... magníficos montones de estiércol, y caballerizas en desorden.

No podemos menos de recordar con dolor la terrible carestía que la afligió á mediados del siglo XVII: como si tantas calamidades políticas no bastasen aun para abatirla, castigóla Dios con este nuevo azote. El hambre llegó á tal estremo, que armados los ciudadanos en número de diez mil, se arrojaron á la calle y forzaron los graneros de los particulares.

Y junto a la zapatería y al bazar podía contemplarse la revocada y hermosa fachada de su casa, situada en la calle más ancha y central del pueblo. A espaldas de esta casa y en no interrumpida sucesión, había patios, corrales, caballerizas, tinados, bodegas, graneros, lagar, molino de aceite, y en suma, todo cuanto puede poseer y posee un acaudalado labrador y propietario de Andalucía.

Los rústicos, que entonces no pagaban contribuciones e impuestos, servían a su rey, y salvaban la propia alma dándonos la mejor gavilla de cada diez, con lo cual los graneros de la Iglesia Primada eran insuficientes para contener tanta abundancia. ¡Qué tiempos aquéllos! Había fe, Gabriel, y la fe es lo principal en la vida. Sin fe no hay virtud, ni decencia... ni nada.

Por la principal se pasa al patio enlosado y con columnas, a las salas y demás habitaciones señoriles; por la otra, a los corrales, caballeriza y cochera, cocinas, molino, lagar, graneros, trojes donde se conserva la aceituna hasta que se muele; bodegas donde se guarda el aceite, el mosto, el vino de quema, el aguardiente y el vinagre en grandes tinajas; y candioteras o bodegas, donde está en pipas y toneles el vino bueno y ya hecho o rancio.

En una palabra, podían observarse en aquel espacio, no mayor que la palma de la mano, los aprestos militares de un ejército que se pone en marcha. Algunos labriegos, asomados a las ventanas, contemplaban el espectáculo; las mujeres sacaban la cabeza por los ventanillos de los graneros. Los posaderos llenaban las cantimploras en presencia del caporal schlague, que se hallaba de pie junto a ellos.

Se adivinaban sus escondites en la cuadra, en los graneros, en el horno, en todos los departamentos del cortijo que comunicaban con el patio; y en estas piezas oscuras, los encuentros, las risas sofocadas, los gritos de sorpresa.