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Y, estando en esta duda, llegó a nosotros nuestro renegado diciéndonos que en qué nos deteníamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los más dellos durmiendo. Dijímosle en lo que reparábamos, y él dijo que lo que más importaba era rendir primero el bajel, que se podía hacer con grandísima facilidad y sin peligro alguno, y que luego podíamos ir por Zoraida.

¿Qué te ha dicho el padre Cifuentes?... Me dio para ti esta carta contestó Jacobo entregándole una. Leyóla también la marquesa como si le fuera desconocida, y aparentando darle un alcance que por ningún concepto tenía, dijo vivamente, con aire de satisfacción grandísima: Esto es ya otra cosa... El voto del padre Cifuentes es para decisivo, y me tienes por completo de tu parte.

Se diría que hasta para hablar, hasta para pronunciar algunas palabras, le faltaban ya bríos. Fray Miguel estaba postrado en cama y callado como muerto. Sólo acudían a visitarle en su celda el Padre Ambrosio, cuya reputación de excelente médico era grandísima e indiscutible, y el hermano Tiburcio que, ayudante del Padre, cuidaba de Fray Miguel, y le suministraba alimentos y medicinas.

En el estado incierto del crepúsculo cerebral, imaginaba Fortunata que el viento venía a la plaza a jugar con la hora. Cuando el reloj empezaba a darla, el viento la cogía en sus brazos y se la llevaba lejos, muy lejos... Después volvía para acá, describiendo una onda grandísima, y retumbaba ¡plam!, tan fuerte como si el sonoro metal estuviera dentro de la casa.

¿Sabes una cosa, Nela?... Se me figura que mi prima ha de ser algo bonita. Cuando llegó anoche a las diez... sentí hacia ella grandísima antipatía.... No puedes figurarte cuánto me repugnaba. Ahora se me antoja, , se me antoja que debe ser algo bonita. La Nela volvió a llorar. ¡Es como los ángeles! exclamó entre un mar de lágrimas . Es como si acabara de bajar del cielo.

Otros varones, sesudos y de luminosas ideas, proponían, con el mismo piadoso deseo, colocarse simplemente al lado de la vía, cuando pasase el tren cerca de la Presa, y hacer una descarga cerrada sobre el coche que llevase á la grandísima... tal.

La grandísima pícara estaba escondida en una tienda de ultramarinos inmediata al café: desde allí observó los movimientos de don Juan hasta que le vio marcharse despacio, tan mohíno y preocupado, que, a pesar de la lluvia, llevaba el impermeable sin abotonar, y la cabeza tan caída sobre el pecho, que el agua le iba entrando por el cogote. Luego que le perdió de vista salió ella de su escondrijo.

Tal había sido la intención de la señorita, y D. José habría creído ofender a su bienhechora interpretándola de otro modo. Guardaría, pues, su tesoro, y se valdría de todas las trazas de su ingenio para defenderlo de las miradas y de las uñas de Nicanora... porque si esta lo descubría, ¡Santo Cristo de los Guardias...! Pasó la noche en grandísima intranquilidad.

Todos contaban que en una de las salas del tribunal acababa de suicidarse un acusado; se oía ruido de cadenas y de fusiles. Un dulce calor reinaba en todo el edificio, y se estaba allí divinamente. En una de las salas, la animación era grandísima: un proceso pintoresco atraía mucha gente. Los jueces, los jurados, los abogados estaban ya en sus puestos.

Al rayar el alba de la noche en que Morsamor había pensado y hablado así, como si Dios quisiese darle premio, aparecieron en lontananza, destacándose sobre el fondo de púrpura y nácar del cielo oriental iluminado ya por el día, elevadas montañas que parecían dilatarse de Norte a Sur en extensión grandísima.