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Entonces vinieron a consolarle esas ficciones engañosas que uno se forja en las grandes amarguras de la vida, falsas esperanzas que no han germinado al calor de la ilusión o del deseo, sino que llegan con paso tardo y torpe, rebeldes a la voluntad que las evoca: entonces los recuerdos tomaron formas de esperanzas, y no concebidas fríamente por el cerebro, sino brotadas del fondo de su corazón, Lázaro sintió llegar a los labios una idea que se tradujo en una palabra amorosamente pronunciada.

Lo que quiere expresarse es la aparición de escritos tan profundos y sutiles que los de Homero, Dante, Virgilio, Ariosto, Shakespeare, todos nuestros grandes dramáticos y los dramáticos griegos, en suma, cuanto hay de conocido hasta ahora y puesto en letra de molde, sea fruslería insubstancial, superficial y epidérmica, que de tal la califica el Sr.

El ventisquero que no deja de andar, y cuya hendida masa vibra con estremecimiento continuo, sacude el manto de nieve que lo cubre: aquí y allá se hunden las bóvedas y caen en grandes trozos en las profundidades de las grietas. Muchas veces no quedan más que estrechos puentes por los que no se anda sin haber probado con el pie la solidez de la nieve.

Entre los muchos millones de hombres que habitan en las orillas de los grandes ríos de la Europa occidental, sólo algunos millares, en sus paseos ó viajes, se dignan desviarse un poco de su camino para ir á contemplar las fuentes principales del río que riega sus ricas tierras de la vega donde nacieron, pone en movimiento sus fábricas y mantiene á flote las embarcaciones.

A la mitad del almuerzo, ya nos había contado quién era, adonde iba, porqué había venido, quién era su padre, su abuelo y hasta un primito á cuyo solo nombre, largó un bufido muy pronunciado un respetable y obeso señor que estaba sentado á su lado, y que á grandes rodeos pues en esto, era lo único en que enmudecía Bertita supimos era su esposo.

Era el primero que se daba en Villa-Sirena después de dos años. La víspera había llegado de París el dueño de la casa, el príncipe Miguel Fedor Lubimoff, que ocupaba ahora la cabecera de la mesa. Era un hombre todavía joven, con el cuidado vigor que proporciona una vida de ejercicios físicos: alto, membrudo y esbelto, la tez morena, grandes ojos grises y el rostro largo, completamente afeitado.

Aquellas monstruosas paredes eran blancas, pero estaban salpicadas por grandes manchas de musgo. ¡Qué atrocidad! ¡Qué altura tienen estas montañas, y qué cercanas están! ¡Si parece que se vienen encima! ¿Ve usted, señorita, aquel agujero que tiene la peña allá arriba? . Pues antes había allí un nido de buitres, y yo entré de chico una vez á cogerles los huevos. ¿Y por donde te encaramaste allá?

Gracias, Manuel dijo dirigiendo la palabra de una manera fría al bufón ; habéis hecho más de lo que yo quería; esto es magnífico. Ha costado mucho y se ha trabajado bien dijo el tío Manolillo con la voz conmovida y sin apartar su mirada ansiosa de Dorotea. ¿Qué hora es? dijo la joven. Ya es hora de ir en su busca. Pues id; tengo grandes deseos de acabar.

Fueron allá los dos Padres, y á costa de grandes trabajos procuraron fundar una Reducción que llamaron de la Inmaculada Concepción, para que con el favor y patrocinio de esta poderosa señora, renunciando los Chiriguanás al demonio, se alistasen en las banderas de Cristo.

Volvió a la media hora, con un paquete de bujías, dos chuletas empanadas de una taberna cercana, una libreta, una botella de vino y un paquete de dulces. ¡Juerga completa! Decididamente, la vida de burgués, con casa propia y mujer única, tenía grandes encantos.