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El Rey de España es un generosísimo lebrel, que pasa acaso solo por una calle, y no hay gozque en ella que a ladralle no salga, sin hacer caso de ninguno, hasta que se juntan tantos, que se atreve uno, al desembocar della a otra, pensando que es sufrimiento y no desprecio, a besalle con la boca la cola; entonces vuelve, y dando una manotada a unos y otra a otros, huyen todos de manera, que no saben dónde meterse, y queda la calle tan barrida de gozques y con tanto silencio, que aun a ladrar no se atreven, sino a morder las piedras, de rabia.

Esto mismo le sucede siempre con los reyes contrarios, con las señorías y potentados, que son todos gozques con su Majestad Católica; pero guárdese el que se atreviere a besarle la cola; que ha de llevar manotada que escarmiente de suerte a los demás, que no hallen dónde meterse, huyendo dél . Los estranjeros se comenzaron a escarapelar, y el Francés le dijo: ¡Ah, bugre, coquín español!

Como cuestan tan poco estudio, hazen muchos muchas, sobrando siempre animo para mas, á los mas timidos. Alli como gozques gruñen por invidia, ladran por odio, y muerden por venganza. Todo charla, paja todo, sin nervio, sin ciencia ni erudicion. Sean los escritos hidalgos; esto es, de mas calidad que cantidad, que no consiste la opinion de sabio en lo mucho, sino en lo bueno.

Llegábase donde estaba el perro, y, mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la piedra, decía: ''Este es podenco: ¡guarda! En efeto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos, o gozques, decía que eran podencos; y así, no soltó más el canto