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Pero si Juan se esforzaba en sofocar en lo más profundo de su ser su sentimiento, a pesar suyo, deseaba ardientemente gozar el mayor tiempo posible de la presencia querida de María Teresa, y vivía en el temor continuo del casamiento de la joven.

Por un momento creí amarlo, lo calenté contra mi pecho, lo perfumé con la poesía de mis sueños y lo cubrí con todas las flores de mi espíritu; pero fué en vano. Aquel corazón, en vez de calentar mi pecho, lo iba enfriando poco á poco. Mis esfuerzos para gozar la dicha inefable de amar fueron estériles.

Este sistema de hacer gozar haciendo esperar, del cual pudiéramos citar en el día algún sectario famoso, es evidente, y por él nunca podrá entrar en competencia con un artículo en blanco un artículo en negro. Este ya sabemos lo que puede querer decir, aunque no sea más que haciendo deducciones del color.

Un día Eduardo recibió de él una larga carta y se la leyó a Zoraida. Con relación a su amor con Adriana y a la muerte de Laura sólo contenía estas palabras: "No te asombre mi silencio sobre las tristes cosas pasadas. El alma humana tiene una capacidad limitada: durante aquellos días apuré todo mi poder de amar, de gozar y de sufrir. No me quedan más que sombras de sentimientos".

Las calles estaban cuajadas de gente; las luces de los faroles y las de los escaparates iluminaban las aceras y los rostros de los transeúntes que se detenían a mirar los objetos exhibidos. La villa entera salía en esta hora a gozar de las dulzuras de la civilización, que trasforma la noche en día, el silencio en ruido, la soledad en confusión y algazara.

28 Así que le envío más pronto, para que viéndole os volváis a gozar, y yo esté con menos tristeza. 29 Recibidle pues en el Señor con todo gozo; y tened en estima a los tales, 30 porque por la obra del Cristo estuvo cercano a la muerte, poniendo su vida para suplir vuestra falta en mi servicio. 1 Resta, hermanos, que os gocéis en el Señor.

Tenía indudablemente vivos deseos de contemplar la inmensa catarata, pero una mezcla de cansancio físico y de lasitud moral, me quitaban el entusiasmo que en otros tiempos me hacía andar centenares de de leguas por gozar de un nuevo aspecto de la naturaleza. Además, el raudal del Tequendama vivía en mi memoria, y mi alma le era fiel.

Mientras duró el temor de la gravedad, el amante esposo no pensó más que en la enferma y cumplió como bueno; si era a veces importuno, descuidado, o poco hábil, era sin conciencia. Después empezó a aburrirse, a echar de menos la vida ordinaria, y exageraba al decir las horas que pasaba en vela. Para resistir mejor su cruz, decidió tomarle afición al oficio de enfermero y lo consiguió: llegó a ser para él tan divertido como hacer pórticos ojivales de marquetería, el preparar menjurjes y pintarle el cuerpo a su mujer con yodo; soplar y limpiar caldos y consultar el reloj para contar los minutos y hasta los segundos; operación en que llegó a poner una exactitud que impacientaba a Petra y a Servanda. Esperaba con afán la visita del médico, primero para hacerse decir veinte veces que Ana iba mejor, mucho mejor, y además, para gozar con la conversación alegre, ajena a todas las enfermedades del mundo, que seguía a la parte facultativa de la visita. El sustituto de Somoza no era hablador, pero se divertía oyendo a Quintanar, y este llegó a profesar gran cariño a Benítez, que así se llamaba. El contraste de los cuidados vulgares, insignificantes; de la alcoba estrecha y llena de una atmósfera pesada; de la vida monótona de casa, con los grandes intereses de la Europa, la guerra de Rusia, el aire libre, la última zarzuela, encantaba a don Víctor, que llevaba la conversación a cosas frescas, grandes y de muchos accidentes. También le gustaba discutir con Benítez y sondearle, como él decía. Uno de los problemas que más preocupaban al amo de la casa, era el de la pluralidad de los mundos habitados.

Es preciso, para gozar plenamente de lo que yo ame, que encuentre en la dicha de amar y de ser amado, la seguridad de una eternidad completa y, ¿aun la eternidad misma será bastante larga para amar?

Mi primer viaje por ferrocarril: ¡lo que hube de gozar!... En León doblábamos el rumbo y cambiábamos a un tren directo hasta Pilares, que partía de allí mismo. Era en las postrimerías del mes de abril, después de unos días tormentosos, y se decía si en el puerto que hay entre León y Pilares estaba interceptada la vía, hacia la estación de Busdongo, a causa de la nieve.