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Así siguieron contemplando el estado del campo y el de las haciendas, gordas «a rajarlas con la uña». ¿Qué año excepcional, eh? Así es, don Melchor, para las siembras y la hacienda. A eso me refiero. Yo también... ¿Por qué me lo dice en ese tono? Vea, don Melchor... yo quería hablar con usted... si me permite... ¿sabe?... porque no querría faltarle... ¿me comprende?...

Aquí se mantuvieron gordas las boyadas y caballadas de la referida expedicion, y se mantendrian del mismo modo, aunque fuesen tres tantos de ganados.

Los cabellos del pobre joven aun se pusieron más tiesos como animados de una fuerza ascensional. ¿Concedes ó no concedes? Cualquier cosa, lo que usted quiera, Padre, pensaba él, pero no se atrevía á decirlo de temor se riesen. Aquello se llamaba apuro y jamás las había visto tan gordas.

Las razones en que mi tío fundaba la tenacidad de su empeño eran muy juiciosas, y me las iba enviando por el correo, escritas con mano torpe, pluma de ave, tinta rancia, letras gordas y anticuada ortografía, en papel de barbas comprado en el estanquillo del lugar.

En otras ocasiones, usted debe recordarlo si ha hecho la guerra de Alemania, después de una o dos victorias se había acabado todo; la gente nos recibía bien; bebíamos vino blanco, comíamos chucruta y jamón en compañía de los pacíficos ciudadanos, bailábamos con sus gordas mujeres. Los maridos, los abuelos, se reían de buena gana, y cuando se marchaba el regimiento todo el mundo lloraba conmovido.

Allí se pasa alegremente la mañana en contar las horas que faltan para irse a comer, si no hay sobre todo gordas noticias de Lisboa, o si no pasan muchos lindos talles de quien murmurar, y cuya opinión se puede comprometer, en cuyos casos varía mucho la cuestión y nunca falta que hacer. ¿Qué se hace por la tarde en Madrid? Dormir la siesta. ¿Y el que no duerme, qué hace?

Bien pensado el caso, me dije que él no había de necesitarlos más, visto que le salía por pecho y espalda una flecha mía de las gordas.... ¿Qué más, qué más? Nos dimos otra zampada de camino, y éramos lo menos seis mil arqueros cuando llegamos á Isodún, donde también me favoreció la suerte. ¿Otra batalla? ¿Otro par de botas, Simón? se oyó decir á los arqueros. No, algo mejor que eso.

El buen Fortunato estaba en un apuro, no tenía dinero para pagar una cuenta de un sastre que había hecho sotanas nuevas a los familiares de S. I. Y el sastre, con las mejores maneras del mundo, pedía los cuartos en un papel sobado, lleno de letras gordas, que el Obispo tenía entre los dedos. El alfayate llamaba serenísimo señor al prelado, pero pedía lo suyo.

Ya que me vas á salir con el materialismo de la misericordia.... A eso te respondo que si buenos memoriales eché, buenas y gordas calabazas me dieron. La misericordia que yo tenga, ¡...ñales! que me la claven en la frenteMadrid, Febrero de 1889. «Basta de contemplaciones. Basta de contubernios. Basta de flaquezas. Ha sonado la hora de las energías.

A las rubias les gustan los morenos, a los flacos las gordas, a los altos las chiquitas... ¿No te gusto yo a ti siendo tan alto y yo tan pequeña? No sólo es por eso dijo él riendo y atrayéndola hacia . ¿Por qué más? preguntó ella clavándole una mirada provocativa. No . ¿Quieres que te regale el oído? ¿Por qué más? insistió sin dejar de mirarle. Por lo feísima que eres.