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Pero como el abofeteado tenía amigos en la escuela, al ver la bandera encarnada, echáronse sobre los agresores y se armó la gorda. Eso explica, lector, ese cuadro, verdadero campo de Agramante, que has visto al asomar al gran salón; por eso gimen unos, brincan otros, vocean todos, y se cruzan por el aire libros, plumas, almadreñas y tinteros.

Pedro de Alvarado tenía que luchar contra los conjuros de una india gorda, temible hechicera igual a las encantadoras de los poemas antiguos. En un combate mataba de una lanzada a un águila verde que pretendía sacarle los ojos, y al caer, el ave de presa tomaba la forma de un indio muerto.

Pues yo lo , , señora, yo lo : uno se está formando en Valladolid, y lo mandará D. Gregorio de la Cuesta; otro en Asturias y Galicia, que corre a cargo de Blake..., y el tercero... Esta es la más gorda de todas: ¿te la digo? Hombre, , dila: no nos dejes a media miel.

El pícaro del boticario colgaba a Serafina el milagro de esta conversión, y aun se atrevía a sostener que la señora doña Inés hacía la vista gorda y no se percataba de tal milagro, cuya comodidad y baratura no podía menos de celebrar en el fondo del alma.

El buen pueblo madrileño, a cuyos oídos no habían llegado aún, o de cuya memoria se habían borrado las encontradas voces de tiranía y libertad, hacía entonces la vista gorda sobre el gobierno.

Tragomer, dijo Marenval, ¿quiere usted tener la bondad de explicarme qué significa la conversación que ha tenido usted con esa gorda tan pintada y con su ridículo esposo? Porque, por mi honor, no comprendo ni una palabra. Alégrese usted, Marenval, dijo Cristián; nuestra averiguación ha dado un paso inmenso. Á esta hora tengo la prueba de que Jenny Hawkins no es la mujer que se cree.

Una señora gorda, de aspecto bondadoso, hallóse en aquellas apreturas al lado del niño, llevando de la mano a un chiquillo gordinflón que sólo había obtenido un premio de gimnasia. Notó este las lágrimas de su compañero, y tirando de las faldas a la señora, le dijo al oído: Mamá... mamá... Luján está llorando.

No era grande la distancia de allí a su casa, pero aunque le dijeran que en la cochera le esperaba el mismo Nuncio, no iba. ¡Qué había de ir!... Aun haciéndole bueno que con tal viajecito venía la gorda, lo pensaría antes de decidirse a subir la cuesta con aquel calor. ¡Vaya! Menos historias y a trabajar.

Una monja pequeña, gorda, de vientre hidrópico y nariz exigua y colorada, que en aquel momento llevaba un vaso a los labios, levantó la cabeza. Buenos días, señor Paco... Hasta ahora no han caído más que cuatro. ¿Quiere usted un poquito para abrir el apetito? A mi patrón le hizo mucha gracia aquello. Para abrir el apetito, ¿eh? Deme usted algo para cerrarlo, que me vendría mejor. ¿Y las hermanas?

«Pero muy bien, perfectamente bien dijo el cura apoyando las manos en los brazos del sillón, para enderezar el cuerpo . Verás ahora, grandísimo piruétano, cómo te pongo yo las peras a cuarto. Tía, buenas noches. Ahora va a ser la gorda. Acostados los dos, hablaremos». Encerrose Nicolás en su alcoba, que era la de su hermano, y ambos se metieron en la cama. Doña Lupe se puso fuera a escuchar.