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Y la nube fue convertida en roca, y ni el ardor del Sol, ni la 45 violencia de las lluvias podían conmoverla. Pero llega un obrero que comienza a golpearla, haciéndola pedazos con su martillo, y la roca exclama: Este obrero es más poderoso que yo; ¡Quisiera ser este obrero! 50 Y el ángel desciende del Cielo y le dice: ¡Que tu deseo sea satisfecho!

»En resumen: al concluirse aquella batalla, en que gasté las pocas fuerzas que me había dejado la tremenda fatiga de mi casa, me pareció que el bueno de don Santiago Núñez, más que un enemigo, era ya un aliado mío, y que en la dureza de la mujer quedaba una mela por donde, si su hijo sabía golpearla, llegaría hasta el corazón.

La superiora, entonces, le había mandado lamerla delante de la comunidad y de las otras niñas. Lo hizo por no dar mal ejemplo; pero en seguida se levantó y se fue a encerrar en su celda. La hermana Desirée la siguió y quiso traerla de nuevo a la mesa, a viva fuerza. Comenzó a reprenderla ásperamete, diciéndole mil insultos, y hasta trató de golpearla.

Ella se quedó inerte en su asiento, y, con un gesto desesperado, exclamó: ¡Ya me lo sospechaba! Lo había adivinado hace tiempo. ¡Dios mío, qué desgraciada soy! Krilov se levantó de un salto, se acercó a ella y se puso a agitar furiosamente el puño cerrado ante su rostro, conteniendo a malas penas su deseo de golpearla.

Iban á correr en breves minutos un camino que á él, en su inexperiencia, le había parecido siempre que exigiría larguísimas jornadas. Elena pensó en la amazona juvenil que había querido golpearla. Su vanidad ultrajada y el deseo de vengarse le hicieron adoptar mentalmente cínicas resoluciones, celebrándolas con una risa oculta que pareció reflejarse en sus ojos.

Amalia, insaciable, golpeaba, hería sin cesar. Los gritos de la víctima hacían crecer su furor. Se detuvo rendida al fin. Madrina, ¿qué hice? exclamó la pobre niña huyendo hacia un rincón. Esta pregunta, la mirada de angustia con que la acompañó, enfurecieron de nuevo a la dama. Volvió a golpearla despiadadamente. La criatura se tapaba el rostro con las manos.

Pero la bestia manteníase en pie, volviendo su cabeza a un lado y a otro. El Nacional, excitándola con el trapo, la hacía correr, y aprovechaba ciertas ocasiones para golpearla el cuello con el capote rudamente, con toda la fuerza de su brazo. El público, adivinando sus intenciones, comenzó a protestar. Hacía correr al animal para que con el movimiento se clavase más el estoque.

Tal vez á aquella misma hora Ricardo iba en busca de la muchachuela que había intentado golpearla con su látigo... Nunca, en el curso de su complicada historia, que ella sola conocía exactamente, se había encontrado en peor situación.