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Navegó en alta mar durante cinco días y cuatro noches, sin soltar un instante el remo que le servía de gobernalle, sin poder moverse en aquella embarcación que al más leve movimiento desordenado podía zozobrar. Así llegaron a la isla Española, abordando al cabo Tiburón cuando hacía dos días que él y sus compañeros no comían ni bebían, por haberse perdido las provisiones con los golpes de mar.

Al mismo tiempo mandó botar la ballenera, la izamos tirando de las cuerdas, y la bajamos al mar por el lado contrario adonde se encontraba el inglés. Se ató la rueda del gobernalle de El Dragón. Tristán, el de la cicatriz, dijo al teniente que, si no le parecía mal, iba a abrir un boquete al barco. El capitán no replicó.

Prudentes timoneros Que con membrudos brazos Luchais contra las olas Que agita el huracan, Poned la proa al viento Con ánimo esforzado, Fijando el gobernalle Con mano de tiran! Alzad, de alarma al grito, Vencidos, no domados, Cerniendo la melena Como soberbio leon; Alzad y ante los bustos De hermanos degollados, Levante un pueblo libre Su ajado pabellon.

Al Paraguay camina aquesta gente En tres barcas, dejando allì el navìo. Una barca, vencida del corriente, Que lleva muy veloz el ancho rio, Perdido el gobernalle, de repente Se vuelca, no bastando poderío Humano

La Francia estuvo a punto de ceder a esta atracción, y no sin grandes esfuerzos de remo y vela, no sin perder el gobernalle, logró alejarse y mantenerse a la distancia. Sus más hábiles políticos no han alcanzado a comprender nada de lo que sus ojos han visto al echar una mirada precipitada sobre el poder americano que desafiaba a la gran nación.

He aquí cómo refiere la pérdida de La Santa María ocurrida en la noche del 25 de Diciembre: «Quiso nuestro Señor que á las doce horas de la noche, como habían visto acostar y reposar el Almirante y vian que era calma muerta, y la mar como en una escudilla, que todos se acostaron á dormir, y quedó el gobernalle en la mano de aquel muchacho, y las aguas que corrían llevaron la «nao» sobre uno de aquellos bancos.

Los cuales, puesto que fuese de noche, sonaban que de una grande legua se oyeran y vieran, y fué sobre él tan mansamente que casi no se sentía. El mozo que sintió el gobernalle y oyó el sonido de la mar, dió voces, á las cuales salió el Almirante, y fué tan presto que aun ninguno había sentido que estuviesen encallados.

El decoro en las comedias es como el gobernalle en la nao, el cual el buen cómico siempre debe traer ante los ojos.