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Es muy interesante observar esa doble gama, y á menudo el seguirla, yendo del tono más débil al más fuerte. La del Océano, que parte de las aguas fuertes y fortificantes, venteadas, agitadas, de la Mancha, se dulcifica en extremo al Mediodía de la Bretaña, humanizándose todavía más en Gironde, y es muy apacible en la cerrada concha de Arcachón.

Hablo del puertecito de Saint-Georges, junto á Royan, en la desembocadura del Gironde. Allí habían transcurrido cinco meses de mi existencia en completa calma, sumido en la meditación, interrogando mi corazón, y buscando responder al asunto que traté en 1859, asunto tan delicado, tan grave.

Más Oeste, hace regolfar el Gironde y encasqueta sus horribles olas al infortunado Cordouan. No se conoce bastante á ese respetable personaje, á ese mártir de los mares; y creo que de todos los faros de Europa es el más viejo. Uno solo puede disputarle su antigüedad, la célebre linterna de Génova; mas la diferencia es grande.

Aquel viento soplaba muy bajo sobre el Gironde, hundiendo, derribando todos los obstáculos inferiores, y despejando por debajo la vía los elevados y sombríos nubarrones que procedían del Océano: les formaba, como un rail deslizador, sobre el cual el camino era mucho más fácil.

Estos, le prodigan á cada momento ó sendos latigazos ó pesados bofetones que truenan sobre él como un cañonazo. Aquello es un eterno asalto. El mismo Gironde, empujado por las brisas terrestres, por los torrentes de los Pirineos, combate por momentos á ese portero del paso, como si fuera responsable de los obstáculos que le opone el Océano.

El patrón del vaporcito lanza un nombre; respondo, reúno los compañeros, me acerco a algunas señoras para ofrecerles un sitio en mi nave, que rehúsan pesarosas; un apretón de manos a algunos oficiales de la Gironde que han hecho grata la travesía, y en viaje.

Cada mañana desde mi ventana veía enfrente las blancas lonas, ligeramente tintas por la aurora, de un sinnúmero de barcos mercantes que aguardaban la brisa favorable para partir. Allí, el Gironde no tiene menos de tres leguas de ancho: tan solemne como los grandes ríos americanos, ostenta, sin embargo, la animación de Burdeos.

Parecía confundida por los cuidados que le prodigaban; hablaba, con los ojos húmedos, de los seres queridos que iba a volver a ver, si Dios lo permitía... A la caída de una tarde serena se abrió ante nuestras miradas ávidas el bello cuadro de la Gironde, rodeado de encantos por las sensaciones de la llegada.

Cuando la embarcación, arrastrada desde alta mar por el furioso oleaje, llegó de noche cerca de las costas, había mil probabilidades contra una de no entrar en Gironde. A la derecha, la luminosa punta de Grave le advertía que evitase el Medoc; á la izquierda, el pequeño faro de Saint-Palais le mostraba la peligrosa roca de la Grand'Caute del lado de la Saintonge.

Empero en ningún sitio éste es más áspero, más avinagrado. La triste barrera de lodos del Charante, y luego la dilatada faja de arenas que le detienen por espacio de cincuenta leguas, pónenle malhumorado. Cuando no desencadena su cólera sobre Bayona y San Juan de Luz, azota la pobre Gironde. No se desliza, como el Sena, abrigado por varias costas, sino que va en línea recta al ilimitado Océano.