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Por eso, desde que llegué a Andalucía, sugerí a la Junta Suprema la idea de pedir auxilio a Inglaterra. ¡Magnífico pensamiento, que ni a Saavedra ni al P. Gil se les había ocurrido.

Desde aquella noche el P. Gil no soñó con otra cosa. La fiebre del apostolado le encendió de tal modo que no dejó rincón vacío en su cerebro para otro pensamiento. Dentro de él entablose una lucha sorda entre el deseo vivo y ardiente de ennoblecer su vida con la conquista de un enemigo encarnizado de la Iglesia, y el miedo desapoderado, loco, que sin saber por qué le inspiraba.

Además de las comedias, se conocieron en el teatro español las composiciones dramáticas que siguen: I. Los autos ó actos. Ya observamos antes que esta denominación, como otras muchas, se empleó en las primeras épocas para distinguir en general á las obras destinadas al teatro, y que, desde Gil Vicente, designó en especial las religiosas.

Así, pues, viva usted en paz, ténganos un poco de cariño y ayúdenos a cumplir nuestro deber hasta el fin. El viejo Gil, que la condesa había traído para que le sirviese, ha caído enfermo de las fiebres de Italia, aunque ésta no sea la estación de las fiebres. Es un enfermo más y un servidor menos. »La alegría y la salud tienen una magnífica representación en la casa: el pequeño Gómez.

Al cabo de un momento los abrió, miró fijamente al P. Gil, dirigió después la vista a los óleos que tenía en la mano, y sus labios amoratados quisieron plegarse con una sonrisa. ¡Al fin me han untado ustedes! dijo con voz apenas perceptible. Han hecho bien... Pero esta máquina ya no anda, por mucho aceite que ustedes la echen...

Clara contestó sin duda que con un movimiento de cabeza. El sermón de la devota dejó un eco en la sala. Señoras: para concluir, me permitiré una observación dijo don Gil. Yo no veo un escándalo en que la señora doña Clarita salga en la procesión de las vírgenes.

Las tres figuras permanecieron algunos segundos formando un bello grupo. Calleja con el brazo alzado y el rostro encendido; su esposa, que era tan gigantesca como él, le sostenía el brazo; el pobre Gil, mudo y petrificado de espanto.

Lanzado una vez en esta senda poética, la prosiguió con celo, y, como dice en su Viaje al Parnaso, escribió innumerables romances, sonetos á docenas, y es probable que también por este tiempo compusiera La Filena, novela pastoril, sin duda á semejanza de las de Gil Polo y Montemayor.

¿Por qué no puede pasar? preguntó con entereza el sacerdote, alzando la cabeza. Porque aquí no entran p.... ni ladronas. Ante aquella injuria bárbara, la dama se tapó el rostro con las manos y dejó escapar un gemido. El P. Gil se puso rojo, y cogiendo al viejo por un brazo, le sacudió con violencia.

Sin embargo, desde la llegada del P. Gil al pueblo, el rebaño había experimentado algunas bajas. Varias beatas abandonaron su sotana protectora para colocarse bajo la férula del nuevo excusador.