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Hace veinticinco años, cuando aún no era jefe de la Universidad, pero ocupaba un asiento por primera vez en el Senado y una cátedra de Historia política, se enamoró de un hombre. No crea usted, gentleman, que este hombre era un intelectual, digno del afecto de Momaren.

Miró á un lado y á otro, á pesar de que no había nadie cerca del gigante, y añadió con voz tenue: Gentleman, le amenazan grandes peligros y vengo á anunciárselos, aunque ignoro, por desgracia, cómo podré defenderle de ellos. Su amigo el profesor de Física le había llevado aquella mañana á lo más apartado y profundo de su laboratorio para confiarle un gran secreto.

Además se consideraba feliz porque Ra-Ra parecía contento. La fe de éste en la victoria de los hombres había acabado por sentirla ella igualmente, traicionando por amor los intereses de su sexo. Ahora creo de un modo indiscutible, gentleman dijo en voz baja , que Ra-Ra no se equivocaba al hablarnos de su triunfo.

Al caer la tarde se dirigió á la vivienda del Gentleman Montaña. Después de salir del Senado había pretendido sin éxito alguno hablar con el presidente del Consejo Ejecutivo. Su personalidad gloriosa parecía disolverse así como iba decreciendo la curiosidad simpática por el gigante. Las gentes volvían á no conocerle. Varios periodistas pasaron junto á él sin pedirle su opinión.

Le quedan á usted muy pocos días de esclavitud, gentleman añadió el joven , y por lo mismo sería lamentable que esos malvados le matasen aprovechando los últimos momentos de la tiranía femenina.... No tema usted las consecuencias: castigue con dureza á esos asesinos en el momento que intenten el golpe. ¡Ojalá estuviesen entre ellos sus instigadores!...

Los encargados de hacer el inventario han podido adivinar que era usted un gentleman porque tiene la piel fina y limpia, aunque para nosotros siempre resulta horrible por sus manchas de diversos colores y los profundos agujeros de sus poros. Pero este detalle, para un sabio, carece de importancia.

No le ocultaré, gentleman, que recientemente se nota cierta transformación en los hombres. Hay una juventud masculina que se burla de la mansedumbre de sus padres, de su falta de aspiraciones, de su esclavitud doméstica. Estos muchachos pretenden ir solos por las calles y miran á las mujeres audazmente, sin bajar los ojos ni cubrirse con el manto. Carecen de recato y de modestia.

No se acordaba en aquel momento del mencionado personaje, y la pregunta del gigante resucitó en su memoria las molestias y los temores del día anterior. -, gentleman; tiene una hija, como usted dice, o como nosotros decimos, un hijo, que pertenece á la Universidad y podría ser una de sus mejores glorias.

¿Y qué navíos son esos?... ¿Cómo unos barquitos iguales á juguetes, con sólo la fuerza de sus velas, van á poder remolcar mi bote, dentro del cual cabe amontonada toda esa escuadra del Sol Naciente?... Gentleman dijo la profesora con sequedad , nuestros buques no tienen velas; eso fué en tiempos remotos. Nuestros navíos navegan á voluntad sobre el agua y por debajo del agua.

Abreviaré mi relato, gentleman, pues me duele recordar este período, el más vergonzoso de nuestra historia. Los pueblos vivían regidos por los hombres; las armas estaban en manos de los hombres; el trabajo lo organizaban y reglamentaban los hombres ... ¿qué otra cosa podía ocurrir?... Los herederos del emperador organizaron cada uno á su placer el pedazo de tierra que les tocó en el reparto.