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Sólo entonces se le ocurrió esta diabólica idea: Aquí hay gato, es claro; a no me importa; pero si... es una hipótesis, si hubiera podido haber un medio... así... verosímil.... legal... de... de cobrar yo mis seis mil reales, al tío primero, y después otros seis mil al sobrino.... Disparate, absurdo; corriente; pero hubiera tenido gracia.

El perro, después de bailar alrededor de las piernas de su amo de un modo desordenado, se precipitó haciendo un barullo desagradable hacia un pequeño gato atigrado que estaba escondido bajo el telar; después volvió de un salto, dando otro ladrido agudo, como diciendo: «He cumplido con mi deber con esta débil criatura». Mientras tanto, la honorable mamá del gatito, sentada en la ventana, se calentaba al sol su pecho blanco y volvía la cabeza con aire dormido, esperando recibir caricias pero nada dispuesta a darse el menor trabajo para obtenerlas.

Hay, por consiguiente, que aprender a mirar, y que educar y fortificar el estómago antes de colarse ahí con la posible seguridad de que no se nos gato por liebre a lo mejor del cuento...» ¿Estás ?

Observolo atentamente, admiró la flexibilidad de sus músculos, el vigoroso perfil de sus mandíbulas, y creyó hacer un descubrimiento trascendental, digno de un naturalista, observando que el gato es un tigre en miniatura. ¿Qué diablo miráis en ese punto? preguntole el marqués, dándole, con cariño, una palmada en el hombro.

Consta también que el rey Buby prohibió severamente el uso de ratoneras y dictó muy discretas leyes para encerrar en los límites de la defensa propia los instintos cazadores de los gatos: lo cual resulta probado, por los graves disturbios que hubo entre la reina doña Goto ó Gotona, viuda de D. Sancho Ordóñez, rey de Galicia, y la Merindad de Ribas de Sil, á causa de haberse querido aplicar en ésta las leyes del rey Buby al gato del Monasterio de Pombeyro, donde aquella Reina vivía retirada.

Allí estaban los polvos de arroz.... Ahora lo comprendía todo; su mujer se estaba burlando de él. Sabía de sus amores, y aquella ida inopinada al teatro era un careo... , un careo de los criminales. Porque él era un criminal, claro. No importaba; sucediera lo que sucediera, había que defenderse como gato panza arriba.

El conde soltó una carcajada y se limpió la levita manchada de yeso. Pero ¿no tienes Inquisición en casa? El gato saltó de un rincón, bufando, y subió por los maderos. , allí veo la Suprema.... ¡cómo maya! ¿Qué ruido es este?

Encendí con los dedos aún trémulos un cigarro, y dije, limpiándome una gota de sudor que corría por mi frente, estas palabras, resumen de mi destino: Bien, Ti-Chin-Fú está contento. Fuí luego a la celda del excelente padre Julio; leía su breviario cerca de la ventana, saboreando confites de azúcar, con el gato del convento sobre el hombro.

Mi gato está más flaco de lo que V. piensa, Martinita. La torre inclinada de Pisa. ¡Vaya una cosa rara y sorprendente! exclamó el coronel. Yo no cómo ha podido construirse esa torre. Haciendo que la vertical que pasa por el centro de gravedad, caiga dentro de la base manifestó Carlitos, que había estudiado su poquito de física en la escuela.

Entre tanto murmuraba Quevedo, subiendo lentamente las escaleras: Para entrar en todas partes, sirve una cruz sobre el pecho; mas para salir de algunas, sólo sirve cruz de acero. ¿Qué decís? le preguntó Juan Montiño. Digo que al entrar aquí, no somos hombres. ¿Pues qué somos? Ratones. ¿Supongo que mi tío no será el gato? No, porque vuestro tío es comadreja.