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Lo que es que os ama con toda su alma, pero no cómo. ¿Lo sabéis vos? No por cierto: á veces me mira como un amante, á veces como un padre; á veces hay cólera en sus ojos, á veces odio. ¡Misterios siempre! Un día, hace tres años, me encontré al tío Manolillo acurrucado como un gato que se encuentra huído y receloso, y hambriento en desván ajeno, en una galería obscura de palacio.

Don Pedro no tiene pierna; es además, corto de brazo... Pero, como ya sabe usted que en las ajmas no hay nada seguro y a veces el que menos se piensa, lleva el gato al agua, si usted tiene algo que encargarme, hágalo antes que lleguemos. Don Rudesindo se estremeció.

Ademas, que si no se necesitara otra cosa, el gato que acurrucado en una silla está contemplando atentamente una curva que su amo acaba de trazar, y que sin duda la ve tan bien como este, y la imagina cuando cierra los ojos, tendria de la misma una idea igualmente perfecta que Newton ó Lagrange.

Además, ninguno de nosotros tiene nada que ver en que ellos anden como el perro y el gato. Cambiando de conversación, preguntó: ¿Vas a Palermo? , iremos; a las cuatro viene el faetón. Bueno; ya que te empeñas...

¡Qué atrocidad!... ¿Con un gato?... ¡Pero eso es imposible!... Pues, hijo, así lo asegurrraban... no te puedes figurrarr lo que nos rreímos una noche en casa de Carmen Tagle, discutiendo el asunto... Algunos pensaban que el gato estarrría muerrto; lo que es así, también yo me disciplinaba... Lo mismo podía hacerrse con un plumerrro...

Ya tiene un nuevo médico de cámara su señora apuntó don Máximo con acento irónico. ¡Bah, bah, bah!... ¿Con qué perro o gato de la villa habrá dejado mi mujer de celebrar consulta? Estos días anda furiosa con usted y dice que se va a morir sin que usted haga caso de ella.

Erizáronsele los cabellos al excelentísimo Martínez ante la perspectiva de una indigestión de ratas... ¿Cómo podría curársela, si no era tragándose un gato?

-No -dijo Sancho Panza-, a me parece la más hermosa criatura del mundo; a lo menos, en la ligereza y en el brincar bien yo que no dará ella la ventaja a un volteador; a buena fe, señora duquesa, así salta desde el suelo sobre una borrica como si fuera un gato. ¿Habéisla visto vos encantada, Sancho? -preguntó el duque.

¿Pero qué queríais que hubiera hecho? ¡Qué! mantenerme firme, hacerle comprender, aunque fuera mentira, que te importaba poco que se hubiera casado... empezaste muy bien... yo estaba diciendo allí, detrás de los cristales... ¡qué buena cómica es mi hija!... ¡qué pobre hombre es ese don Juan! ¡pero luego lo has echado todo á perder, le has dejado ver tu desesperación, y se gozaba en ella sin saberlo! ¡oh! ¡qué felicidad tan incomprendida es para algunos hombres, magullar á una pobre mujer como el gato que magulla á un ratón! ¡Oh! ¡cuán felices, cuán felices son algunos hombres, y qué poco merecen su felicidad!

El único que tenía consideración, el que menos guerra daba y el que menos comía era Maxi, el de la pasta de ángel, siempre comedido, aun después de que le volvieron tarumba los ojos de una mujer. Sobre esto reflexionaba doña Lupe aquella tarde, cosiendo en la sillita, junto al balcón de la calle, sin más compañía que la del gato.