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Si alguna vez se inclinaban ambos para contemplar cualquier objeto y sus cabezas se tocaban, Amalia no separaba la suya, dejaba que el conde aspirase la fragancia de ella largo rato cual si tratase de envenenarle. Se preocupaba de sus trajes y le imponía sus gustos. No debía ponerse levita; el frac azul le sentaba admirablemente. ¿Por qué gastaba guantes oscuros?

Estaba muy desconsolada por no tener un buen baño; ¿pero cómo podía satisfacer este gusto en casa tan pequeña? Luego, la maldita D.ª Laura se ponía frenética por la mucha agua que Isidora gastaba.

De manera que, como quería hacer buena figura, y llevar vida alegre en París, gastaba sus treinta mil francos entre los meses de marzo a mayo, y luego volvía dócilmente a someterse a la vida tranquila de Lavardens: cazaba, pescaba y montaba a caballo con los oficiales del regimiento de artillería que estaba de guarnición en Souvigny.

Paliza diaria a la mujer; casi todo el jornal en su bolsillo, y los chiquillos descalzos y hambrientos, buscando con ansia las sobras de la cena de aquella cesta que por las noches se llevaba al horno. Aparte de esto, un buen corazón, que se gastaba el dinero con los compañeros, para adquirir el derecho de atormentarlos con sus bromas de bruto.

Por lo demás, ama y criada, guardando siempre cada cual su posición y grado en la jerarquía social, se identificaron por tal arte, que se diría que no había en ellas sino una voluntad, los pensamientos mismos y los mismos propósitos. Todo era orden, método y arreglo en aquella casa. Apenas se gastaba en comer, porque ama y criada comían poquísimo.

Gastaba bigote y perilla, lo cual le daba más aspecto de coronel de caballería que de hombre de toga. Hablaba poco, casi nada, pero era tan exquisita y ceremoniosa su cortesía, que los que platicaban con él siempre quedaban un poco cortados y descontentos de mismos.

Y ella, aprovechando la tolerancia cariñosa del marido, gastaba con furor que escandalizaba a los buenos burgueses del Mercado. Seguía las modas con escrupulosidad costosa, y muchas veces aumentaba sus gastos hasta la locura, únicamente por el gusto de darles en las narices, como ella decía, al regañón de don Eugenio y al tacaño de su padre.

Almudena se opuso a que se fuese tan pronto; pero ella insistía en retirarse, con la firmeza que gastaba en toda ocasión: «¡Pues estaría bueno que me quedara yo aquí, puesta al sol y al aire como un pellejo en secadero de curtidores! Y dime, Almudenita: ¿me vas a mantener aquí? ¿Y a mi señora, quién le mantiene el pico?».

Paula veía en su casa la miseria todos los días; o faltaba pan para cenar o para comer; el padre gastaba en la taberna y en el juego lo que ganaba en la mina. La niña fue aprendiendo lo que valía el dinero, por la gran pena con que los suyos lo lloraban ausente.

Amalia supo ahuyentar la suspicacia de Fernanda haciéndose confidente y protectora decidida de sus amores. Si mantenía ratos larguísimos de conversación particular y animada con el conde, no menos largos y animados los gastaba con la chica.