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Detuvo el paso y recostose en el muro frontero. Una de las mozas era muy blanca y garrida. Con el cántaro en la cadera, y apoyando el vientre contra el duro granito, estirose con ansia hasta recibir en la boca el largo beso del agua. Cuando se irguió de nuevo, su empapado corpiño mostró los hombros y los pechos como si estuviesen desnudos.

Y como Sancho vio a la novia, dijo: -A buena fe que no viene vestida de labradora, sino de garrida palaciega. ¡Pardiez, que según diviso, que las patenas que había de traer son ricos corales, y la palmilla verde de Cuenca es terciopelo de treinta pelos! ¡Y montas que la guarnición es de tiras de lienzo, blanca!, ¡voto a que es de raso!; pues, ¡tomadme las manos, adornadas con sortijas de azabache!: no medre yo si no son anillos de oro, y muy de oro, y empedrados con pelras blancas como una cuajada, que cada una debe de valer un ojo de la cara. ¡Oh hideputa, y qué cabellos; que, si no son postizos, no los he visto mas luengos ni más rubios en toda mi vida! ¡No, sino ponedla tacha en el brío y en el talle, y no la comparéis a una palma que se mueve cargada de racimos de dátiles, que lo mesmo parecen los dijes que trae pendientes de los cabellos y de la garganta!

7 Don Diego de Noche, de D. Francisco de Rojas. 8 La morica Garrida, de Juan Bautista de Villegas. 9 Cumplir dos obligaciones, de Luis Vélez de Guevara. 10 La misma conciencia acusa, de D. Agustín Moreto. 11 El monstruo de la fortuna, de tres ingenios. 12 La fuerza de la ley, de D. Agustín Moreto. 1 Darlo todo y no dar nada, de D. Pedro Calderón. 2 Los empeños de seis horas, de D. Pedro Calderón.

Ni por asomo; pero como yo era amigo del marido y entraba en la casa aun cuando él no estaba, y la mujer era una moza garrida, y un día amaneció muerto el marido, y dieron en decir los que le vieron que tenía manchas en el rostro... ¿Y eso era verdad? Pudo serlo, pero no lo era.

Pensaron mis padres que trayéndome entre el tumulto y las grandezas de la opulenta Sevilla me distraería, y a ella me trajeron, y me engalanaron, y me llevaron a saraos y a divertimientos, adonde concurría la gente más garrida y más noble de Sevilla.

Pero volviendo á vuestra aventura, «Erase una tapada... Tapada era. ...alta y garrida... ¡! ...ancha de hombros, alta de seno, manto á los ojos, y halda hasta el suelo.» ¿Conocéisla? No, ¿y vos? Tampoco. ¿Pero no habéis reñido por ella? . ¿No habéis vencido? . ¿Y dónde la habéis dejado? Se fué sola. ¿Y no venís aquí por ella? ¡Ah! ¡no! ¿Y no habéis vislumbrado quién ella sea?

Ramiro se entretenía en curiosear los misterios de la techumbre o en contemplar la ciudad y los horizontes, desde aquella elevación que producía en todo su ser el antojo de un vuelo fantástico. Franco era mezquino de cuerpo. Cuando algo le preocupaba mascábase el bigote nerviosamente. Su mujer, Aldonza González, a quien todos llamaban la extremeña, era, en cambio, garrida y vigorosa.

Metiose por el zaguán el familiar con su negra cohorte de alguaciles, y dio por cierto lo que de aquella casa endemoniada se había dicho a la Inquisición, cuando vio que, en efecto, los criados eran muy pálidos y muy serios y muy graves, y le vino de ellos un olorcillo como de tumba y cosa del otro mundo; y mucho más cuando, avisada la dueña de la casa, y levantada de prisa, porque reposaba, y mal recogidos los cabellos de oro bajo una toquilla, y vestida de blanco, salió al estrado, donde el familiar la esperaba armado de severidad y resuelto a llevarla presa, a poco que viera en ella que le confirmase en las brujerías que a aquella señora ociosos maldicientes achacaban; y ver a doña Guiomar y creerse cogido por los cabezones el familiar, fue todo en un punto; porque verla y entrarle un tal temblor que si hubiera tenido cascabeles en las piernas hubiera causado más ruido que un tiro de mulas al trote, fue un punto mismo; y secósele el paladar, y quedósele la lengua fría, y se le anudó la voz en la garganta; que en todos los días de su vida él no había visto una más garrida moza, ni más gentil dama, ni más peregrina hermosura.

Buen olor tiene tu cuento. ¿Y quién era ella? No lo ; don Rodrigo me había dicho solamente: si sale de palacio una dama ancha de hombros, alta de pecho, gentil y garrida, manto á los ojos, y halda hasta el suelo, sigue á esa dama. He aquí unas señas capaces de volver el seso á Orlando Furioso. ¿Seguiste á la dama? Iba á hacerlo cuando llegó don Rodrigo. ¿Ha salido? me preguntó.

El Demonio Mayor anda por las ferias y las vendimias, y las procesiones, con la apariencia de una moza garrida, tentando a los hombres. Frailes y vinculeros son los más tentados. ¡Ay, hermano, cuántas veces habremos estado con una moza bajo las viñas sin cuidar que era el Demonio Mayor de los Infiernos!