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Dijo esto sencillamente, sin malicia; pero Gallardo creyó adivinar en su voz cierta burla, y bajó la cabeza, al mismo tiempo que se coloreaban sus mejillas. «¡Mardita seaLas preocupaciones profesionales resurgieron en su pensamiento. Todo lo malo que le ocurría era porque no se «arrimaba» ahora a los toros. Ya se lo decía ella claramente.

Para evitar nuevas complicaciones en sus embustes, don José siguió inventando una correspondencia que nunca llegaba a sus manos, por ir dirigida a otro. Doña Sol escribía, según él, al marqués por los asuntos de su fortuna, y al final de todas las cartas preguntaba por la salud de Gallardo. Otras veces eran las cartas a un primo suyo, y en ellas había iguales recuerdos para el torero.

Es pequeña, pero muy linda, es la parroquia de los pescadores, primitivos fundadores de Venecia. San Sebastian, situada tambien junto al Campo de Marte, tiene un aspecto muy gallardo, corona el edificio una elegante cúpula, y á los lados de esta, se levantan pomposamente dos esbeltas torres.

Gallardo se regocijaba con este relato, especialmente al llegar al último punto. ¡Así!... ¡haces bien! decía con una alegría salvaje . ¡Duro con esas gachís! las conoses. Así te querrán más. Lo peó que le pué pasar a un cristiano es achicarse con ciertas mujeres. El hombre debe haserse respetá.

Gallardo, sosteniendo en un brazo su capote de faena sin adorno alguno, permanecía cerca de la barrera, junto al tendido de sus partidarios, en una inmovilidad desdeñosa, creyendo que toda la plaza tenía los ojos puestos en su persona. Aquel toro era para otro. Ya daría señales de existencia cuando llegasen los suyos.

Su gesto soberano y su gallardo continente, sin altanería, revelaban dominio sobre las demás. Al instante presentó á Pacorrito. Este se quedó todo turbado y más rojo que una amapola cuando la Princesa, tomándole de la mano, dijo: Presento á ustedes al Sr. D. Pacorro de las Migajas, que viene á honrarnos esta noche.

Cervantes, Los baños de Argel, jornada 3.ª Mármol, Vida del P. Gracián, parte 2.ª, cap. 7.º, pág. 80. Haedo, diálogo 2.º, fol. 154. Gallardo inserta, en el núm. IV de su Criticón, el extracto de una relación inédita de cierto Diego Galán, acerca de su cautiverio en Argel, el cual habla con este motivo de las representaciones con que pasaban el tiempo los esclavos cristianos.

Todos los aplausos eran para Gallardo. El público saludaba su primera aparición en la arena luego de la tremenda cogida que tanto había dado que hablar en toda la Península. Cuando llegó el momento para Gallardo de matar su primer toro, volvió a repetirse la explosión de entusiasmo.

Y tras las malagueñas sonaron unas sevillanas, y luego todos los cantos andaluces, melancólicos y de oriental ensueño, que doña Sol había recopilado en su memoria, como entusiasta de las cosas de la tierra. Gallardo interrumpía la música con sus exclamaciones, lo mismo que cuando estaba junto al tablado de un café cantante. ¡Vaya por esas manitas de oro! ¡A ver otra!...

Una gran satisfacción para su vanidad vino a unirse a los numerosos motivos que hacían que Gallardo sintiérase orgulloso de su persona. Cuando hablaba con el marqués de Moraima contemplábalo con un cariño casi filial.