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Y en la otra vidriera, fíjese usted bien: gachos en pelota, prójimas sin más vestidura que la mata de pelo; cosas, en fin, de los tiempos en que la gente no tenía vergüenza y andaba con la cara en alto... y la otra cara al aire. Gabriel sonreía ante las necedades que los caprichos del arte antiguo inspiraban al perrero. Pues en el coro, tío, también hay algo que ver.

Este barbudo es Darwin; el otro, que parece un erizo blanco, mi gran tío Schopenhauer; el de más allá, Zola, con su mirada triste, como si fuese a llorar; aquel viejo tan guapo y simpático, el amigo Hæckel... Todos gentes distinguidas, apreciables puntos, que no se ofenderán de vivir con nosotros en plena alegría juvenil. ¡Las cosas que van a presenciar estos ilustres gachos!...

Te he querido de chiquita, cuando te hacía bailar sobre las rodillas y gorjeabas á mi oído pidiéndome alguna golosina: te he visto crecer y desarrollarte y volverte poco á poco una real hembra que hacía la boca agua á toos los gachós de la villa.

Un criado les hizo subir la amplia escalera de mármol, y en ella volvió a sorprenderse el torero viendo retablos con imágenes borrosas sobre un fondo dorado, vírgenes corpóreas que parecían labradas a hachazos, con los colores pálidos y el oro moribundo, arrancadas de viejos altares; tapices de un tono suave de hoja seca, orlados de flores y manzanas, unos representando escenas del Calvario, otros llenos de gachós peludos, con cuernos y pezuñas, a los que parecían torear varias señoritas ligeras de ropa.

Y Buenos Aires está en América, y allí hasen farta hombres de resolusión que les digan a esos gachós de color de chocolate con plumas en la cabesa: «Ea, se acabó; ya no molestáis ustedes más a la reunión, porque no nos da la gana». Y los cazamos como conejos, y el gobierno, agradesío, nos paga a tanto la cabesa, y en unos cuantos años nos jasemos ca uno con una fortunita pa golver a la tierra.

Ya sabía ella que todo aquello era mojama y conversación de Puerta de Tierra. ¡Pues no faltaba más que dos gachós tan serranos se juntasen y se apartasen como dos perros callejeros! Andad, hijos, que las piedras de la calle os irán echando bendiciones. Soledad, no consientas más en la vida que ese desaborío te regale ligas. Ya te anuncié que habíais de reñir...

Cuando se hubo alejado el chico, me dijo: ¡Buena la hubieras hecho si no aceptas! ¡Menuda bronca te arman esos gachós! Luego me explicó que aquello en Andalucía no solo no tenía nada de particular, sino que era un acto de cortesía y franqueza que debía agradecerse.

Yo me enteré de esa historia cuando era sacristán y me sortaba a leer en los romances viejos que guardaba el cura... Pues Pizarro era un probe como nosotros, que pasó el mar, y con doce o trece gachós tan pelaos como él se metió en una tierra que ni el propio Paraíso... un reino donde está el Potosí: no igo más.