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El mocetón grave, de carácter áspero, tuvo para el pequeño dulzuras y atenciones que sorprendían á la familia. Cuando el gabarrero iba á Bilbao, llevábase á Luis, dejándolo en las banquetas de los escritorios mientras ajustaba con los señores la cuenta de sus viajes.

No era del país: había llegado de un pueblecillo de la costa de Santander, estableciéndose en Olaveaga como gabarrero, y casándose con una joven del pueblo, que tenía varios campos en aquella vega de Deusto, que surte de hortalizas y flores á Bilbao.

Los pescadores gritaron «Bilbao será su nombre». Y el gabarrero miraba al pequeño y á las dos mujeres que le escuchaban atónitas, admirando su sabiduría del pasado. El tiempo trajo grandes modificaciones en la familia. Pepe, que había terminado su carrera en compañía de Matías Iriondo, hijo de un vecino, se embarcó en un vapor que hacía viajes á Inglaterra.

Una imagen de la Virgen de Begoña, arrancada de su hornacina, era la que más llamaba la atención. ¡Ella tenía la culpa de todo!... Y la silbaban é insultaban mientras la imagen descendía tendida de espaldas, mostrando á flor de agua su vientre dorado y su carita de muñeca sagrada. Un gabarrero, cruzando la ría en su barcaza, avanzó hacia la imagen como si quisiera cortarla el paso.

El honrado gabarrero, satisfecho de su suerte, dueño de muchos de los lanchones que surcaban el Nervión, seguro ya del porvenir con lo que llevaba ahorrado, compartía su cariño entre su hijo Pepe y un sobrino mucho menor, que no era otro que Aresti, hijo de una hermana de su mujer.

¡Diablo de rapaz! decía hablando de él con los viejos camaradas de la ría. ¡De dónde habrá sacado tanto talento! ¡Nadie hubiera dicho que de aquel pobre patrón de Bermeo pudiera salir un hijo así!... Y el gabarrero temblaba de emoción, saltándole las lágrimas, cuando le hablaban en la villa de su sobrino y de lo satisfechos que tenía á los señores del Instituto.

: él reconocía ahora que había amado á Cristina con una pasión, en que se mezclaba el deseo á la mujer y el respeto instintivo del hijo del gabarrero á la señorita que había tenido entre sus ascendientes, casi fabulosos, á los señores de Vizcaya.

Las dos hembras de aquella familia de hortelanos, se habían unido con hombres de mar; pero la casada con el gabarrero, tuvo más suerte que su hermana menor, que se enamoró de Chomín Aresti, un mocetón de la matrícula de Bermeo, que navegaba por el Cantábrico como patrón de balandros de cabotaje, siempre expuesto á perecer en un día de galerna. A los ocho años de casados, ocurrió la catástrofe.

Lo que le hacía perder la calma era la insolencia con que la suegra y la cuñada le increpaban apenas osaba resistirse, apoyadas por el silencio hostil de su mujer. ¿Pero quién eres ? le dijeron un día. Un pobretón que, aunque ganas algo, casi estás mantenido por nosotras. Cuando matabas el hambre en casa del gabarrero nosotras éramos más ricas que hoy.

Si el rapaz no tiene padre, aquí estoy yo, que rabio, porque la mía sólo me ha dado un chico. Y así era. El gabarrero hubiera deseado que su mujer fuese dándole hijos, conforme prosperaba la casa. Sentíase cohibido al no poder llevar en sus brazos á aquel mocetón que estudiaba en Bilbao y era tan alto como él y mucho más serio.