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El dia va falleciendo, en fúlgidos resplandores se va el ocaso encendiendo, y ya las sombras mayores de los montes van cayendo. Sobre la cumbre nevada del Veleta, sonrosada por el rojo sol poniente, alza la luna la frente por nubecillas velada. Por el ameno pensil del soto corre el Genil entre floridas riberas, y las gallardas palmeras, y la alameda gentil,

"Qué dichosos instantes, viendo el alba nacer en esos otros horizontes distantes, las almas gozarán de dos amantes tan felices tal vez como nosotros. ¡Ellos más...! Aquí mata nuestro bien, la que odiamos, noche impía; allí la aurora grata que en fúlgidos torrentes se desata les ofrece de amor entero un día!"

Aquellas grietas, donde al caer ó deslizarse hay muy rara esperanza de salvacion, ofrecen los mas bellos variantes de colores, reflejos, cortes y relieves: en unas partes, blancos y fúlgidos cómo el diamante pulido, ó azules como el cielo; en otras, verdes ó cristalinos como las ondas de un lago, ó ligeramente sonrosados como los pálidos pétalos del lirio silvestre.

Los caballos, magníficos; vistosos, los arreos. Los rayos del sol refulgente herían el bruñido acero de las armas, las joyas, los metales preciosos y los áureos bordados, deslumbrando todo la vista con fúlgidos destellos. El Rey llevaba aquel día el bonete y el estoque de honor, que le había regalado el Padre Santo y que sólo sacaba en las más solemnes ocasiones.

Ron es grande; mide más de un centímetro; tiene henchido el abdomen; su cuerpo parece afelpado de fina seda; sobre el fondo blanquecino resaltan caprichosos dibujos negros. Ron es ligero; tiene ocho patas cortas. Ron es polividente; tiene en la frente dos ojuelos negros, fúlgidos; y junto a éstos, a cada lado, otros dos más pequeños; y encima de éstos, sobre la testa, otros dos diminutos.

En los fúlgidos salones los disfraces van bailando y ondulando, al compás de locos valses y corteses rigodones. Está lleno el gran palacio.

El sol brillaba en el firmamento sin que una sola nube asomara por el horizonte a recibir su parternal caricia. Madrid gozaba del privilegio divino de su cielo sin dirigirle siquiera una mirada de gratitud, como una sultana a quien las caricias causan tedio. Al cruzar por la Puerta del Sol, vieron el chorro de su fuente, despidiendo fúlgidos destellos elevarse por encima del tejado del Principal.

Y las portezuelas se cierran con estrépito, a intervalos... Es el expreso de Andalucía. Subo a un vagón. Un viejo de larga barba blanca arregla en las redecillas una maleta; un señor embozado en amplia capa parda mira con fúlgidos ojuelos sobre el embozo; en un ángulo frente al viejo, una joven, trajeada con hábito franciscano, permanece inmóvil... El tren parte.

Entonces es que Martí, desmadejado el cabello, los ojos fúlgidos y relampagueantes, el pecho henchido de orgullo, enardecido, arrebatado, impaciente por el sacrificio e inquieto por la emulación, invita a la carga a su ayudante Ángel la Guardia aquel fiero aguilucho caído en Victoria de las Tunas , aviva con las espuelas su noble bruto, y gozoso como un niño que ha crecido un palmo, y como si hubiera alcanzado a ver, reducido a la pequeñez de un montón de carne humana, todo el Gobierno de rencores, de insultos, de envidias, de mezquindades, de ambiciones, de la oligarquía esquilmadora que le vejaba su tierra, se echa sobre los rifles enemigos y cae acribillado a balazos, con la limpieza y majestad de un Dios, del brazo de la muerte que es inmortal, y coronado por la fulgente claridad del martirio y de la gloria.... Así terminó, así se obscureció para siempre, la lámpara pura y serena de aquel gran cerebro, «dictador de genio»; así dejó de latir aquel gran corazón, profesor de virtudes; así, entre chocar de aceros y estampidos de fusilería, pasó el gran Apóstol a ser huésped eterno de la suprema luz.

Blumentritt, en sus fúlgidos salones De filipino ambiente, Do laten filipinos corazones, Sincero y elocuente En aquel sitio mismo ¡Qué parece el dosel del patriotismo!